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El animalcentrismo en la posmodernidad

A partir de la década de 1970 los intelectuales comenzaron a producir estudios sobre las relaciones entre humanos y animales, y esto influyó en el surgimiento de investigaciones en ciencias humanas y sociales. Se dan así los Animal Studies que reivindican el mejorar la condición animal y acogen a asociaciones protectoras de animales y a activistas en favor de los animales. 

Se trata de un interés legítimo en la medida que pone en evidencia una mayor sensibilidad por parte del hombre común, sobre todo por parte de las generaciones más jóvenes, ante el modo actual en que los animales, así como la naturaleza, son tratados. 

A partir de esta mayor sensibilidad por los animales, algunos grupos han comenzado a ocuparse de un modo más activo del problema de las condiciones de vida de los animales sometidos, y se han propuesto la conformación de movimientos en su defensa y de sus “derechos”, al tiempo que promueven su “liberación”. 

Para ello se han servido del pensamiento filosófico que ya previamente existía respecto de la cuestión del “estatuto ontológico y moral de los animales”; por ejemplo, la perspectiva aristotélica-tomista. Para esta corriente de pensamiento lo fundamental es que los animales son vivientes, es decir, habitantes de un mundo natural ordenado, capaces de sentir, así como experimentar alguna forma, aunque elemental, de vida mental. 

No son, sin embargo, sujetos de su propia vida, al modo que en que sí lo son los animales racionales o las personas. No son, por lo tanto, sujetos morales ni tienen derechos, aunque no es propio de los seres racionales –por respeto a sí mismos– hacerlos sufrir innecesariamente. 

Entre los humanos y los animales existen, por lo tanto, claras diferencias. La racionalidad es la más importante de ellas. 

Pero llegó la posmodernidad para arrasar y poner en el centro de la discusión la “cuestión animal”. La posmodernidad declaró difunto a Dios y con esta afirmación también le dio sepultura al ser humano como creatura perfecta concebida en la divina mente del Dador de Vida; así las cosas, los individuos más que nunca se sienten con la libertad de reinventarse. 

El sociólogo Fabián Acosta Rico señala que se advierte claramente en el pensamiento postmoderno una tendencia: “el deseo de ser animal”. En esta cosmovisión posmoderna, hay margen para todas las reinvenciones, incluso las del tipo transespecie, de decir, si tú crees haber nacido no digamos en el sexo equivocado, sino que perteneces a otra especie, estás en tu derecho de darte de baja como humano y asumir tu nueva identidad animal. 

Fue muy sonado el caso de la joven noruega Nano, que a los 16 años adopta los gestos y hábitos de un gato. Expuso su caso en YouTube y defendió su “transformación en felino”, aseverando que un defecto genético la convirtió en una gata aprisionada en un cuerpo de mujer. 

En la sociedad hay quienes aman a los animales y gozan de su compañía como mascotas; otros además sienten por ellos, desde un posicionamiento moral, un respeto y empatía al grado de no emplearlos como alimento, y condenan el que sean usados como entretenimiento circense o de cualquier otro tipo. 

Los hay que además los admiran y desearían ser como ellos. En esta categoría entran los miméticos amantes de los animales que desearían efectuar la transición a un ser poshumano que tuviera los rasgos y las capacidades de algunos de los seres del vasto reino animal. 

Es probable que la biotecnología, en futuro no muy lejano, les cumpla su deseo y puedan dejar las botargas para felizmente renacer como una gata o dálmata poshumanos o mutante parecido a las bizarras creaciones de los cómics de Marvel. 

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