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“¡A favor, cabrones!”

“A favor, cabrones”. Así votó la senadora por Morena Lucía Trasviña la extinción de los fideicomisos el miércoles pasado. Terminó con una risa burlona entre festejos de sus compañeros de bancada que celebraron la expresión de la legisladora. 

Es una palabra solamente. Para muchos no pasa de una ocurrencia o un chiste. Pero una palabra encierra muchos significados. Dice el periodista español Álex Grijelmo: “Al adentrarnos en cada vocablo vemos un campo extenso en el que, sin saberlo, habremos de notar el olor del que se impregnó en cuantas ocasiones fue pronunciado”. 

Es significativo que sea una mujer la que recurra a una expresión machista como ésta. En el uso popular una frase como la dicha por la senadora implica una humillación y una burla al derrotado. Es decir: “Nos los chingamos”, los vencimos. Somos más, somos superiores, tenemos el poder. 

La senadora Lucía Trasviña utilizó el mismo recurso que el priísta Roque Villanueva en marzo de 1995. Al terminar la votación para aprobar la propuesta del PRI de aumentar 50 por ciento al IVA, Villanueva hizo una seña obscena para celebrar y para mostrar quién era el que mandaba. Este priísta es más recordado por la llamada Roqueseñal que por cualquiera de los discursos que pronunció. 

Antes un hombre, ahora una mujer. Antes el PRI, ahora Morena. Entonces Zedillo, hoy López Obrador. El mismo recurso, el mismo nivel. La misma manera de entender el poder. Votar en bloque las propuestas del presidente y humillar al derrotado. 

La oposición tampoco muestra un mejor nivel de argumentación. En el Poder Legislativo los recursos simbólicos adquieren más relevancia que los argumentos. El 12 de octubre, la senadora panista Lilly Téllez llamó al subsecretario de Salud, Hugo López, “pequeño virrey” y le entregó un bastón de los que utilizan los ciegos. El jueves pasado, la diputada del PAN Martha Estela Romo le dio una urna para cenizas de muerto al secretario de Salud, Jorge Alcocer. 

En la sociedad del espectáculo en que vivimos, legisladores, hombres y mujeres de los diversos partidos, recurren al insulto, a los gritos, las mantas y hasta los empujones para dirimir las diferencias. En general, la prensa favorece estas expresiones al privilegiar su difusión sobre el contenido de fondo. 

El debate en las redes sociales que se caracteriza por hablar mucho y escuchar poco; por el insulto, la descalificación y el acoso, es el mismo que prevalece en las cámaras de Diputados y de Senadores. Se trata de apabullar al otro. 

Una democracia requiere de un debate legislativo de calidad porque lo que está en juego es el futuro del país. Para ello es esencial un verdadero diálogo. El académico Raúl Acosta, en su libro El diálogo como objeto de estudio, afirma que se trata de una interacción que “implica una construcción colectiva de discurso. El elemento clave en esta relación es la disposición a escuchar y tomar en consideración opiniones, reflexiones o reacciones de otros participantes”. 

En su análisis sobre la calidad del diálogo dice que hay cinco grados que “van del mínimo posible, cuando el diálogo es inexistente, hasta el máximo, definido como ideal. Entre ambos extremos están los diálogos simulados, que sirven a quien detenta una posición de poder para legitimarse; los desordenados, que (…) no permiten un intercambio ideal, y los prósperos (…) que permiten (…) una experiencia plena de diálogo”. 

En la sociedad y en el Estado prevalecen los niveles más bajos. Urge elevar la calidad de nuestros diálogos. Necesitamos escuchar y tratar de entender a quienes no piensan como nosotros. 

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