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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Sofía tenía 12 años. Su cuerpo, con huellas de violencia, fue encontrado sin vida en un terreno baldío en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas, después de permanecer 11 días desaparecida. La niña fue asesinada.
Sofía fue sacada de su domicilio con engaños, de acuerdo con lo que reportan diversos medios locales, el 11 de noviembre. El 22 su cadáver fue hallado, con signos de violencia.
Los hechos generaron una manifestación en el Centro de Fresnillo, afuera de la presidencia municipal. Veladoras, mensajes de rabia y de enojo, de tristeza y de hartazgo quedaron plasmados para la posteridad en decenas de fotografías que circularon por redes sociales.
Pero, como regularmente ha pasado, siempre hay una forma de culpar a la víctima. Sus 12 años no fueron impedimento para que la niña y su familia fueran juzgadas y, de alguna forma, responsabilizadas por los hechos. Que a una niña no se le deja sola con el celular, que los papás deben acompañar a sus hijos hasta la tienda de la esquina, que cómo dejan que hablen con extraños, que la familia la descuidó…
Como si los papás fuéramos entes omnipresentes, como si pudiéramos saber qué hacer a cada instante, como si los ahora adultos no hubiéramos sido niños y adolescentes y hubiéramos olvidado que también nosotros fuimos a la tienda sin compañía, que también nos dejaban con vecinos o amigos de la familia, como si nuestros respectivos papás o nosotros mismos fuéramos perfectos como responsables de un menor.
Como si no fueran seguramente ya enormes el dolor y la culpa que pesan sobre quienes amaban a Sofía como para además tener que soportar los dedos acusadores que les apuntan como si fueran perfectos.
Lo que nos debería indignar y enojar es que Sofía no volverá a estar en su casa. Su familia no la verá crecer, no la tendrá las navidades abriendo regalos y jugando. El incendio, los papeles, las computadoras quemadas durante la manifestación no deberían ser el centro de atención, sino más bien el termómetro que nos hiciera darnos cuenta de cuánto dolor ya se gritó, de cuánta justicia ya se exigió, de cuánta violencia ya se soportó, de cuánta indiferencia ya se aguantó.
***
Él estaba en compañía de sus padres, bajo su resguardo. En un lugar que debía ser seguro y tranquilo.
Venían de comprar diversos artículos para celebrar la Navidad. Un arbolito, esferas y, de acuerdo con algunas notas periodísticas, hasta unas gallinas.
Viajaban rumbo a casa en su auto particular, pero fueron alcanzados por un grupo de presuntos ladrones que, al no conseguir su objetivo, balearon la camioneta de la familia.
Pudieron llegar a pedir ayuda a un punto de revisión donde había efectivos policíacos haciendo un operativo. Los papás fueron llevados a atención médica, heridos de bala. Su hijo, de sólo 3 años, había muerto por la agresión. El niño fue asesinado.
Él iba con sus padres, después de unas compras, y aun así lo mataron. Y tampoco lo merecía. Pero, igual que en el caso de Sofía, hay una forma de culpar a las víctimas. Los papás no debieron resistirse al asalto, dicen algunos jueces de redes sociales y sillón, como si el hecho de cooperar para ser robado fuera una garantía de que no te arrebatarán la vida, como si no comprendiéramos el hartazgo de que en este país tan lleno de impunidad cualquiera te puede quitar aquello por lo que trabajaste con ilusión y esmero.
Y nosotros, como comunidad, y aquellos, como garantes de nuestra seguridad e integrantes del Estado, seguimos sin poder darles a nuestros niños la tranquilidad que necesitan y merecen para disfrutar de su infancia.
Qué tristeza.
Twitter: @perlavelasco
jl/I