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Ingenuos
El abogado de Ovidio
El coraje y el dolor los experimentan quienes participan en las protestas públicas. A veces la ira, una de las emociones básicas universales, es la que predomina; otras ocasiones el dolor, sobre todo el emocional, sale a flote durante las manifestaciones. O bien, coraje y dolor van combinados. No son los únicos ingredientes; pueden también hallarse emociones como la tristeza o el miedo; o de otro tipo, como la esperanza o la solidaridad. Se trata de reacciones legítimas, naturales y necesarias, generadas por autoridades que no cumplen sus responsabilidades, no resuelven demandas o cometen abusos.
Emociones, sensaciones y percepciones están en la corporeidad de quienes, como en la Zona Metropolitana de Guadalajara, participaron en las protestas más recientes: por las crecientes desapariciones en Jalisco, que rebasan las 13 mil; el masivo desabasto de agua en los hogares, que afectó a más de medio millón de habitantes; por reclamos de trabajadores de la salud (de quienes no fueron recontratados pese a que se les prometió al sumarse a atender enfermos de Covid-19, y por el asesinato en Zacatecas de un médico y el chofer de una ambulancia, al que se añadió el de una doctora); el desabasto de medicamentos, y los crueles feminicidios y la asentada violencia en contra de mujeres, como sucedió el viernes en el caso de la manifestación frente a la Secretaría de Educación Jalisco (SEJ) por las niñas que padecieron abusos en una escuela primaria de Zapopan.
El coraje y/o el dolor son atizados por autoridades municipales, estatales o federales sobre todo por dos razones: la impunidad y la ineficiencia. Los agrandan cuando no existe la justicia luego de que los responsables de un delito no son sancionados, no se les persigue; cuando quienes, desde el poder, son incapaces de cumplir sus funciones y promesas.
Que transcurran días, meses o años sin una solución justa y expedita, revictimiza a quienes están padeciendo agravios y los efectos psicocoporales de la impunidad y la ineficiencia de las autoridades. El coraje y/o el dolor aumentan. Se anidan en mente y cuerpo. Se somatizan. Dañan. Enferman. Y pueden matar. Son las consecuencias criminales no valoradas, desapercibidas, que hunden en el sufrimiento a víctimas y sus familias. Cientos de madres han muerto adoloridas sin saber el paradero de sus hijos o esposos.
Luego de seguir sin resultado alguno el camino que las leyes marcan, cada vez más afectados protestan públicamente. Visibilizan las demandas e injusticias vía las redes sociales y medios informativos; y salen a las calles a manifestarse, con dolor y enojo, frente a las puertas de alguna institución pública o un sitio público. Casa Jalisco, palacio de gobierno y Congreso del Estado son los recipiendarios más frecuentados por las protestas, además de la Glorieta de Los Niños Héroes o de Los Desaparecidos.
El colmo del cinismo, ineptitud, ineficiencia y autoritarismo es cuando las autoridades, además de no solucionar reclamos de manifestantes, los golpean y/o detienen. Rápidos para aprehender a quienes protestan; lentos para resolver demandas ciudadanas, los funcionarios exhiben a un sistema diseñado para reprimir y no para buscar justicia. Un caso reciente es la detención de las feministas frente a las oficinas de la SEJ. Prestos para cuidar edificios, muros y cristales, pero no para resolver cabalmente exigencias.
La acción o inacción del Estado que vulnera derechos genera movilizaciones. Habría que buscar el origen de la violencia en las manifestaciones en instituciones omisas, burocráticas, sordas, corruptas, alejadas de las demandas de la población, que profundizan o exacerban la ira y el dolor en los ciudadanos.
JB