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Volver a la “normalidad”, ¿así nomás?

El desconcierto, la infodemia gubernamental y de los medios basada en la estadística de contagios y fallecimientos produjo o amplificó el temor social hacia la pandemia y permitió que las políticas sanitarias arrinconaran a buena parte de la población. Ya hemos afirmado junto con otros, que muchos, la mayoría de las personas, los indispensables para que este sistema funcione, nunca, ni en los peores momentos del desastre pudieron quedarse en casa.

Así, hace ya más de dos años que sorpresivamente, de un día para otro, la movilidad, la socialización, se redujo a las cuatro paredes de nuestras casas. La ciudad, al menos momentáneamente, se mostró derrotada como espacio público donde la gente iba y venía de un lugar a otro, muchas veces movida solo por el deseo de disfrutar un paseo por algún lugar de la ciudad. Desde luego, lo que preocupó al sistema es que, recluida la gente, los lugares construidos para el consumo de masas perdían su sentido. Pronto empezaron a resolverlo a través del mercado en línea, pero no de manera suficiente para sus intereses.

Todo parece indicar que las medidas precautorias o preventivas ante el riesgo de contagios, así fueran limitadas y erróneas, serán abolidas. Por lo visto el sistema no soporta más no estar funcionando, es decir, acumulando, al cien por ciento de manera que, aprovechando el cansancio y el hartazgo social por el prolongado confinamiento, se ha decido ya el retorno a la “normalidad” del estilo de vida urbano, modelado en buena parte por el mercado capitalista.

Aunque la pandemia no ha terminado aún, se ha tomado ya la determinación de que la gente corra los riesgos que puedan significar la reapertura de todas las actividades, tal y como se hacían antes de este desastre. Hasta el momento, desde la esfera del poder, nadie de quienes han presionado para el regreso a la normalidad ha presentado alguna idea crítica en torno a que justo fue esa normalidad anterior, la que nos llevó a la emergencia sanitaria que ha costado muchas vidas e incrementó el estrés de todos.

Pareciera que al final de cuentas la que ha sido considerada como la peor pandemia de la historia se le quiere reducir a una situación menor de la que debemos olvidarnos lo más pronto posible. Ningún posicionamiento crítico se anuncia respecto al hecho de que esta pandemia es el anuncio de otras más, iguales o peores, si, como es evidente, se mantiene el modelo productivo extractivista y destructor de la naturaleza.

¿Pero qué sucede en el campo social? ¿Qué nos estamos preguntando acá, entre nosotros? ¿Socialmente nos queda claro que es el sistema el que nos llevó a este desastre y que, sin miramientos, está dispuesto a conducirnos a otros? ¿A nosotros también nos urge volver, así nomás, sin ningún espíritu crítico, a aquella “normalidad” impuesta como estilo de vida? Olvidarnos de la pandemia podría significar olvidar también que muchos familiares, amigos y vecinos murieron anticipadamente. ¿Así queremos seguir hasta que venga el próximo desastre y el gobierno nos ordene nuevamente confinarnos y aplicarnos otras vacunas?

Por supuesto, muchas de estas preguntas sólo encontrarán respuestas a mediano y largo plazo si, eventualmente, nuestras vivencias en pandemia se convirtieran en experiencias transformadoras. Es decir, cuando reacomodemos nuestras vidas, cuando hagamos corte de caja y reflexionemos sobre lo que aprendimos respecto de lo que hacíamos y que ahora, resultado de lo que hemos vivido durante estos dos últimos años, consideramos que ya no queremos ni debemos seguir haciendo.

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jl/I