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Imbéciles digitales

El mundo del entretenimiento tiene como prioridad el consumo de información y la búsqueda de likes y seguidores. La cantidad de datos a nuestro alcance es tal que la condición real de las personas ha perdido relevancia frente a los números, porque de ellos dependen el éxito, la fama, la estabilidad emocional e, incluso, los ingresos económicos de muchas y muchos. 

En el mundo digital, la tragedia y el dolor humanos se exponen de forma tan variada y reiterada que han perdido sentido. Los poderosos entramados que se despliegan frente a nosotros tienden a deshumanizarnos, a homogenizarnos y a despojarnos de nuestros rasgos individuales y únicos para convertirnos en imágenes, cuentas, links o cualquier otro producto genérico digital, y esta condición, lejos de hacernos más empáticos con el sufrimiento y la desgracia de los demás, nos ha colocado en el papel de simples espectadores. 

Sin embargo, los usuarios no nos sentimos controlados o limitados, por el contrario, vivimos la experiencia digital como una cualidad de estos tiempos que va más allá de la posmodernidad y la era líquida y que nos ha transformado –de sopetón– en personas libres y ciudadanos del mundo que pueden ir de un lugar a otro sin restricción. 

No obstante, la era digital y sus dispositivos se han convertido en una barrera de contención frente al mundo de carne y hueso que cada vez está más distante de nosotros. Las guerras, las muertes violentas, las pandemias y cualquier otra forma de sufrimiento humano se observan desde la lógica del show y la representación. Y mientras más atroces y sanguinarios sean los hechos, más público y alcance tendrán garantizado sin que esto implique solidaridad o empatía con las víctimas. 

Así, mientras repasamos Facebook o Instagram por enésima vez buscando algo que llame nuestra atención y sea digno de compartir para hacer crecer la cadena algorítmica de nuestra miseria moral e intelectual, bien podrían estar muriendo asfixiadas 50 personas dentro de la caja de un tráiler en Texas o dos sacerdotes podrían ser acribillados en la Sierra Tarahumara. Nosotros seguiremos adelante, pondremos el emoticon que represente nuestro dolor y solidaridad y emprenderemos una nueva búsqueda hasta dar con el siguiente meme, chisme o nota que nos quite el mal sabor de boca. 

Pero, ojo, no se trata de vivir atormentados por todas las tragedias que vemos, eso sería impensable, aunque tal imposibilidad implica precisamente el quid del problema: percibimos más cosas de las que somos capaces de racionalizar y de asimilar con nuestras emociones y esa condición nos ha vuelto impermeables e impenetrables. Es decir, ahora normalizamos el horror con mayor facilidad porque convivimos con él de manera cotidiana. 

De esta forma, el metaverso nos está imponiendo su verdad, esa que afirma que la muerte de una persona es un dato más y que el verdadero sentido de la existencia se sustenta en la capacidad que tengamos para hacer visible nuestra vida a manera de información. Esa es la trampa. 

A diferencia de los procedimientos de poder de las sociedades disciplinarias, el mundo digital no funciona a través de la amenaza y la prohibición, sino a través de los incentivos y la persuasión. Esta idea de libertad que predomina en nuestros días controla nuestras acciones desde el plano subconsciente y nos indica, de forma muy sutil, el camino que debemos tomar y que nos ha conducido al vacío, la frivolidad y la imbecilidad. 

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jl/I