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A cincuenta años del crimen

In memoriam mi compañero Lincoyan

 

No podemos eximir del delito a don Augusto Pinochet y demás milicos chilenos de alta jerarquía que perpetraron el golpe de Estado en contra del gobierno legítimamente constituido que encabezaba el doctor Salvador Allende Gossens. Pero creo que podemos considerar como principales culpables a Richard Nixon, a la sazón presidente de Estados Unidos, y Henry Kissinger, secretario de Estado de dicho país y un ser asaz despreciable.

Se sabe que precisamente decidieron derrocar y causar una cauda de asesinatos, martirios y encarcelamientos cuando en la segunda elección de diputados del mismo año de 1973, el número de éstos favorables al gobierno de la Unidad Popular creció de manera sensible, lo mismo que el respaldo popular en general. Es decir que, de acuerdo con la voluntad del pueblo, todo indicaba que el futuro de la corriente representada por el gobierno era promisorio.

Todo ello a pesar de las muchas trapacerías cometidas por los “momios” en contra del proceso: amenazas a la población, ocultamiento de productos alimenticios y de primera necesidad, y una campaña de los medios de comunicación muy parecida a la que se ha emprendido en México.

El “golpe” y la cadena de asesinatos, encarcelamientos y otras barbaridades fue resultado del miedo que despertó la exitosa forja de un gobierno democrático y la posibilidad de que dicha tendencia se extendiera por el continente.

Para muchos ilusionados en conseguir a la buena una mayor justicia social, el golpe militar provocó una desilusión tal que optaron por volver al ejercicio de las armas contra los gobiernos conservadores y avalados por los gringos, con argumentos de muy diferentes tipos y validez.

El resultado todavía se siente. Mucho tiene que ver con esa desilusión y experiencia amarga, inseguridad que se ha ido acrecentando en nuestros países, incluidos los propios gringos.

El respaldo que le dio el gobierno de Echeverría al de Allende no fue despreciable, especialmente por hacer sentir a los chilenos que no estaban solos y, no cabe duda, que también es motivo de presunción el respaldo a los refugiados chilenos, muchos de los cuales, gracias a la ayuda de la diplomacia mexicana, lograron hallar un lugar seguro entre nosotros.

Lo mismo que otrora aquel gobierno español, asaz indecente, el gobierno espurio de Chile, encabezado con Pinochet y una cauda de gorilas de la peor especie, se topó con la negativa mexicana a tener relaciones diplomáticas con el espurio gobierno, lo cual no era poca cosa por el prestigio que tenía entonces la política exterior de nuestro país. Tal fue el caso de prestigiadas instituciones públicas y privadas del mismo.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas: no faltaron en México instituciones de filiación fascista que manifestaron su encono, no fuera siendo que los gringos dejaran de mandarles alumnos. Para demostrar su calaña hasta le dieron el doctorado honoris causa a uno de los peores dictadores que ha tenido Nicaragua…

Sin embargo, podemos asegurar que la mayor parte de la población mexicana repudió el golpe de Estado. De ello queda la película clara a los chilenos de hoy, muchos de los cuales nacieron en México, pasaron varios años aquí o, por lo menos, gozaron durante un tiempo de la seguridad y la paz que el gobierno de su tierra les negaba.

Yo mismo estoy seguro de que no la habría pasado bien si no hubiera alcanzado a subirme a ese avión pocos días antes del golpe de Estado.

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jl/I