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Abuso sexual de religiosos exhibe las crisis de iglesias

Al margen de si es o no culpable, la detención en Estados Unidos del director general de la Iglesia La Luz del Mundo, Naasón Joaquín García, acusado de 26 delitos sexuales, de nuevo puso en la esfera pública el tema de los abusos sexuales cometidos por integrantes y jerarcas de grupos o instituciones religiosas. Pero no sólo eso: de nueva cuenta exhibe, como sucedió en otros casos, la honda crisis que arrastran en el mundo diferentes denominaciones religiosas y quienes las encabezan.

Se trata de una profunda crisis sistémica de credibilidad: religiosos que públicamente promueven el amor, en privado practican el odio y la agresión hacia personas indefensas o que manipulan; que se llenan la boca de valores que no respetan; que predican una moral y en realidad son hipócritas; que se sienten ungidos, llamados o iluminados por Dios y se autollaman sus voceros, enviados o intérpretes, pero proceden como seguidores de Luzbel; que predican la paz y promueven la violencia sobre los cuerpos, mentes, futuro y presente de niños, niñas y jóvenes. Recordemos el caso de Maciel.

Conozco religiosos que no encajan en lo anterior, que entregan sus vidas y apuestan a su fe. Son personas amorosas. Son ejemplo en sus comunidades. Son personas con las que podemos dialogar y estar o no de acuerdo con tales o cuales creencias, prácticas o situaciones, pero que son probas, congruentes y honestas. Están comprometidos con su grey. No me refiero a ellos ni a ellas.

Aludo a los miles de miembros de grupos e instituciones religiosas que en el mundo han sido acusados y hallados culpables de abusos sexuales o que no han sido descubiertos. La lista es prolija. Las principales agrupaciones que dicen buscar salvar almas o conducir por el buen camino a sus feligreses, en sus filas tienen de quiénes avergonzarse, hacer a un lado y sancionar por las leyes religiosas y civiles. Los daños que han ocasionado a seres humanos merecen larga condena.

Si a instituciones y jerarcas religiosos se les puede acusar y demostrar que son aliados del statu quo favorable a las élites, de someter ideológicamente a sus feligreses, de utilizar a su favor y con lujos la fe de sus creyentes, de sostener pleitos internos por el poder, de ser prototipos de la intolerancia y la violencia, de manipular la buena fe de las personas y la religiosidad popular, añadamos los criminales abusos sexuales, tolerados, escondidos o negados por las agrupaciones que se autonombran divinas.

La justicia de Estados Unidos decidirá si Naasón Joaquín García es o no culpable. Entre tanto, en un ambiente hostil, sus creyentes consideran que es inocente. Es su derecho defenderlo. Junto a eso, advirtamos que en las distintas instituciones religiosas cuentan con adeptos nada ejemplares. Ya no digamos de las que rayan en el fundamentalismo y, en nombre de tal o cual Dios o figura, encabezan guerras para imponerse. Proclamar que se posee “la verdad” es una forma de descalificar a las otras “verdades”. A final de cuentas, profesar tal o cual religión no hace buenas a las personas. Es iluso que los creyentes amen, como pregonan las religiones, si no reconocen cómo también odian.

Como sucede en Europa, las instituciones religiosas van a la baja. Pierden seguidores. Los recintos religiosos están casi vacíos. De ahí que se imponga que revisen qué sucede, en qué siguen fallando, cómo se han vuelto cómplices por acción u omisión; que apliquen medidas para el ingreso, formación, actuación y sanciones de quienes consideran que lo religioso es su vocación. En una sociedad enferma también las instituciones están enfermas. Si el enfermo no reconoce primero su enfermedad, difícilmente sanará.

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JJ/I