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En la ficción nada obliga a hacer el bien

Distancia. Para el autor, los mecanismos de la narrativa moderna deben alejar a los personajes de situaciones y circunstancias predecibles. (Foto: Mónika Pérez Neufeld)

Después de pasar un año en Alemania en una residencia creativa en la que visitó 19 países y se publicaron al menos cuatro traducciones de sus libros, en la primera semana que estuvo en Guadalajara, Antonio Ortuño se enfrentó de inmediato con el horror del país convulso que es el suyo: un miembro de su familia estuvo a poca distancia del incidente que en julio provocó una intensa movilización policiaca en un centro comercial de la ciudad, en donde mataron a balazos a al menos dos personas en un restaurante de hamburguesas.

A pesar de esta cercanía Ortuño no ha escrito necesariamente sobre el narcotráfico porque ha aprendido que los temas como estos necesitan distancia. Después de publicar Olinka (Seix Barral, 2019) la conversación gira sobre Guadalajara y cómo toda una ciudad es capaz de construir una ficción en la que no pasa nada y todo parece perfecto.

Ahora escribe su siguiente novela, no adelantó de lo que va, aunque dijo que normalmente este proceso le lleva uno o dos años enteros. Lo que sabemos es que será un tema cercano, como ha sido casi siempre en todos sus libros y que por lo pronto seguiremos hablando de Olinka al menos en lo que resta del año.

NTR. ¿Fue difícil escribir Olinka y a sus personajes?

Antonio Ortuño (AO). Cuando eres de una ciudad y escribes de ella, tu relación con la trama es diferente, no tienes que irte a documentar ni a hacer entrevistas para que te digan cómo son las cosas porque lo estás viendo y viviendo y te estás remitiendo a tu experiencia. Olinka tiene que ver con mi experiencia de vida: la idea fue naciendo en etapas, tenía tiempo queriendo escribir algo situado en la ciudad, no me interesa el costumbrismo ni el pintoresquismo, ni el regionalismo, me parecen construcciones literarias limitadas, de otras épocas, quería encontrar un ángulo que me pareciera atractivo en cuanto a ficción, no en cuanto a turismo, no me interesaba hablar bien de Guadalajara.

NTR. El personaje principal está vislumbrando a la ciudad de la que ha vivido fuera durante 15 años y todo le parece inverosímil, ¿querías expresar este cambio como lo viviste tú mismo o fue un recurso para adentrar al lector que quizá no ha vivido aquí o no ha reparado en esos cambios?

AO. Nací en Chapalita, viví casi toda mi vida o en Las Águilas, muy al sur de Zapopan o más cerca del Centro de Guadalajara, en La Moderna. Hace tres años regresé a este lado de la ciudad y ya no tenía nada que ver con mis recuerdos de infancia, ahora era un sitio de un boom inmobiliario, donde han crecido todas estas torres enormes y estos fraccionamientos por todos lados, toda una industria de lujo, con clínicas de operaciones estéticas, uñas bonitas y autos caros, pero no va de la mano de ningún boom económico perceptible: Guadalajara sigue siendo una ciudad de clase media más bien baja que ha sido así desde que yo me acuerdo: una cúpula de gente muy rica y una masa de gente trabajadora que más bien ahí vamos sobreviviendo. Es ridículo. Eso quería retratar. Es un crecimiento aparente, pocas cosas me dan más risa como la actitud de las imágenes que luego salían en Internet comparando a Zapopan o a Guadalajara con Dubái.

NTR. Hablas de ese aspiracionismo tan característico del tapatío…

AO. Es algo que vertebra a la clase media, la aspiración, gente que va a los centros comerciales de lujo sólo a ver porque no puede comprar ese tipo de cosas que están en los aparadores y nada más se compran helados y van al cine. Eso marcó la novela. Eso y los informes del departamento del tesoro de Estados Unidos con estos señalamientos de lavado de dinero: la mayoría de los domicilios fiscales de las empresas señaladas están aquí a unas pocas cuadras. Tenía la intención firme de no hacer una novela herméticamente escrita en tapatío, pero que sí jugara con ese lenguaje característico lleno de hipocresía y doblemente, una ciudad terriblemente hostil, pero con un lenguaje muy dulce.

NTR. No es la primera vez que escribes de temas eminentemente sociales usando la ficción, ¿ocurre que reflexionas al respecto mientras escribes y todo esto pasa o escribes cuando ya has llegado a reflexiones concretas sobre un tema?

AO. Se reflexiona en todos los pasos de la escritura. No elijo los temas lanzando dardos, escribo sobre temas que me interesan, por lo general de los que reflexiono mucho tiempo antes de sentarme y decir va. El periodismo y la literatura se construyen de maneras muy distintas, el periodismo tiene que reaccionar en tiempo real a los acontecimientos, esa reacción rápida en general limita la posibilidad de un enfoque más amplio o una reflexión profunda, los medios contemporáneos omiten el contexto y los antecedentes. La literatura tiene otra oportunidad, porque uno cuando escribe literatura no necesita una grabación que de fe de que hablaste con alguien, no necesita un dato preciso, no porque sea menos exacto, pero se acerca a los temas desde otra perspectiva. A mí me interesa lo que pasa en mi tiempo y en mi comunidad, lo que trato es de buscar los ángulos interesantes, pero que no están en los medios.

NTR. ¿Cómo fue el reto de escribir por ejemplo La fila india, sobre un tema tan polarizado en México?

AO. La fila india cuando salió no era un tema de coyuntura, la escribí en 2010, cuando el fenómeno de migración de centroamericanos era incipiente. El tema ganó visibilidad después, porque cuando los mexicanos hablamos de migración hablamos de nuestra migración a Estados Unidos y luego ya en un sitio más lejano pensamos en los centroamericanos. Cuando por fin los voltearon a ver se dieron cuenta de que los odiaban, que eran incapaces de hacer la elemental operación de que en Estados Unidos los mexicanos pasan por lo mismo que ellos. Me sorprende de verdad la belicosidad de los mexicanos comentando y hablando en ambientes incluso de intelectuales, cercanos, con una gran agresividad, con odio desmesurado en circunstancias que con todo el mal que ha hecho Trump no ha llegado a la mitad de lo que México hace con sus migrantes.

NTR. ¿Habrías escrito diferente La fila india en el contexto de la caravana migrante?

AO. No la habría escrito en el contexto de la caravana, porque en temas de actualidad rabiosa sí trato de tomar distancia, en aquel momento era un tema que a mí me parecía que podía abordar desde la literatura en un terreno no tan contaminado de tantas perspectivas absurdas en el tópico de la migración; la novela cumplió una función incluso informativa de lo que sucedía con los migrantes al sur del país, en los primeros tiempos de presentación de la novela y en entrevistas me llegaron a preguntar si la gente en los semáforos eran centroamericanos. Han pasado seis años del libro, hoy a la velocidad en que va todo esto es un mundo, no creo que haya podido escribir La fila india en este momento, ahora el tema le pertenece al periodismo. En 15 años podremos escribir de esto otra vez, creo. Yo lo escribí un poco adelantado y no porque sea profeta, sino porque el periodismo me dio una herramienta importante para escribir no sólo con perspectiva sino con prospectiva, intentar entender hacia dónde evolucionarán temas inquietantes. Gracias a eso tenemos a Kafka y a Orwell que fueron capaces de ver hacia dónde se dirigía esa maquinaria, no creo ser como esos genios, pero creo que es un recurso literario.

NTR. Hablemos de tus personajes, en Olinka y en La vaga ambición ocurre un poco que los vemos hasta extremos que los ponen en ridículo, nos enteramos hasta de sus deficiencias sexuales, ¿cómo decides jugar así con ellos?

AO. No me interesan los héroes, son personajes planos y arquetípicos. Soy más o menos incapaz de interesarme por un superhéroe por más que las historias intenten hacerlos complejos: son predecibles por su moralidad de hierro. Me fastidia saber hacia dónde va un personaje porque siempre va a ser bueno o porque está vegetando siendo el mismo todo el tiempo. Me interesan los juegos de poderes en los personajes, esa dialéctica del poder mueve y construye a mis personajes, están en una especie de batalla asumida o no, por eso surgen los detalles espinosos porque son necesarios para la construcción del conflicto.

A Blanco en Olinka quería dejarlo como hacíamos los niños antaño con los mayates, que los amarrábamos de un hilo y les dábamos vueltas, claro que uno se vuelve torturador de los personajes, los llevamos a unos extremos difíciles de llevar porque eso es lo que dará la nota que necesita el texto. Eso, espero, te termina acercando a los personajes de una manera personal, es difícil la cercanía y la afinidad de un personaje del que no sabes nada, del que sólo tienes una imagen visual o un cromo de personas que son perfectos y siempre actúan bien. Yo creo que para eso es la ficción, creo que los ciudadanos deben hacer el bien y los personajes no. Deben equivocarse.

NTR. Por otro lado está La Negra en La fila india, una mujer que no entra al arquetipo de los personajes femeninos en la literatura mexicana escrita por hombres, ¿cómo lo construiste?

AO. Sufrí un montón, pero siempre supe que el personaje principal tenía que ser una mujer, no hallaba la forma de hacer que un hombre se preocupara y se pusiera a pensar ni se comportara como hace La Negra en la novela, era imposible que un hombre lograra una empatía como ella tiene con Jane, me parecía lejano. Fue complicado porque quería huir de estos personajes absurdamente sexualizados y totalmente desexualizados, hay enormes infracciones a esta norma, pero hay impresionante cantidad de escritores que no encuentran ese equilibrio, se mueven entre el arquetipo de la puta o la santa, madre o musa, ninguno me servía para el personaje, quería que fuera una mujer lo más común posible, pero que enfrentara cosas no comunes. Pero también fue difícil construir a Vidal, el personaje más oscuro del libro porque quería que fueran dos personajes que se gustaran y no que hubiera demonios y personas menos malas. Hay una escena en que La Negra decide no acostarse con Vidal porque Jane está en problemas, porque así es la vida, no te acuestas, no te da la gana porque tienes cosas más importantes que pensar, este detalle puede parecer insignificante, pero tengo la plena seguridad de que hay un montón de escritores que la habrían metido a la cama con él sin pensar, ese tipo de detalles un narrador debe detectar y tomar en cuenta y que pueden hacer vívidos a los personajes. Afortunadamente escuché a muchas mujeres en el camino y leí muchas novelas escritas por mujeres y también un poco aprendí las lecciones.

NTR. ¿Qué papel debería tomar un escritor o agente cultural al respecto al movimiento feminista?

AO. A muchos nos corresponde no estorbar. Al menos ahora leo mucho más autoras que antes, es algo en que uno tiene que hacer porque las cosas no van a ser iguales para siempre, al menos hay que entrarle a la discusión, si después de eso sigues queriendo vivir en el Club de Toby sólo leyendo hombres y escribiendo sobre hombres es una decisión personal y tiene que ver con si te funcionan o no las neuronas. Es imposible concebir la literatura mexicana contemporánea sin las escritoras y sin que las escritoras hablen, no habrá un debate serio sobre la literatura mexicana sin Ana García Bergua, Cristina Rivera Garza, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli y etcétera. Si haces una mesa de literatura e invitas a una de ellas y a 16 hombres estás haciéndolo completamente mal porque no estás leyendo la importancia de lo que está pasando.

“Es imposible concebir la literatura mexicana contemporánea sin las escritoras y sin que las escritoras hablen, no habrá un debate serio sobre la literatura mexicana sin Ana García Bergua, Cristina Rivera Garza, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli y etcétera”

Antonio Ortuño, escritor

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