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Pequeñas acciones 

En momentos complicados como los que atraviesa la humanidad ahora, entre tanta dificultad y malas noticias siempre hay historias que nos pueden mostrar la bondad individual y colectiva, el amor fraternal y la capacidad para ver por los demás tanto como ve cada quien por sí mismo. 

Para comenzar, valdría la pena hacer una reflexión sobre todas aquellas personas que no van a poder abstenerse, en un país como México –tan lleno de trabajo informal y terciado, así como empleados independientes–, de trabajar cuando se acerque el punto álgido de la pandemia de coronavirus, que llegará de forma inevitable. 

Son miles las personas que viven al día, que deben salir un día a trabajar para, por la noche, con lo que ganan, comprar lo que les permita seguir sus vidas al día siguiente; o tal vez están quienes, si bien no viven al día, no gozan de prestaciones que les permitan pedir vacaciones en estos momentos o, de perdida, tener acceso a la seguridad social, es decir, a servicios médicos. O tal vez esos que no viven al día y pueden pagar un seguro privado de salud, pero deben toparse con que tienen menos clientes, en medio de una crisis azuzada por el panorama de salud mundial, o que a su vez esos mismos clientes ya no pueden sostener sus negocios. 

En ese contexto, me puse a pensar en aquello que podemos hacer para ayudar a los demás y, de paso, de alguna forma ayudar a la comunidad, lo que implica beneficio también para uno mismo. 

Quedarse en casa. Sí, quedarse en casa, sea sin trabajar, pero recibiendo un salario o trabajando desde allí es un beneficio, así que, si lo tenemos, hay que tomarlo en serio. Salir sólo lo indispensable y reservar nuestra interacción también puede poner a salvo a las personas con quienes tenemos contacto, así que aprovechemos esta ventaja y seamos responsables. 

Pagar a nuestros trabajadores domésticos, aunque no vayan a casa. Seamos sinceros: la mayoría son mujeres jefas de familia que, de paso, no tienen prestaciones (ni siquiera informales), y si ellas no trabajan, sus hijos o nietos no comen, así que si nosotros seguimos recibiendo nuestros salarios o tenemos la capacidad para hacerlo, ¿por qué no seguir dándoles su sueldo? Podemos verlo hasta como una deuda laboral con ellas, que paguemos todas las vacaciones que no les hemos pagado, los aguinaldos que les hemos dado en ropa que nos sobra o la seguridad social que todavía no les prestamos. 

Ser solidarios con nuestros vecinos. Me refiero a todos, pero en particular con la gente mayor. En la colonia en la que vivo hay muchas personas mayores de 60 años que viven solas; muchas aún son muy activas, pero otra cantidad ya está deteriorada físicamente, así que podemos estar atentos a lo que necesiten; que sepan que si tienen una urgencia, pueden recurrir a nosotros. Ofrecernos a ir a comprar lo que necesiten cuando salgamos a la tienda o al súper. Que se sientan acompañados y cuidados, aunque sea a dos casas de distancia, puede hacer una diferencia para ellos. 

Consumir en las tiendas de nuestro entorno. Todavía no estamos en momentos de gravedad y ya hay tiendas de abarrotes y negocios pequeños que comienzan a verse afectados. Si es posible y estas tiendas tienen lo que nosotros necesitamos, consumamos allí. En estos momentos muchas empresas resultarán afectadas, pero podemos distribuir el dinero de tal manera que haya para todas, aunque sea poquito, y así sea más probable que la libren. 

¡Comprar sólo lo que necesitemos! Cuando yo compro algo de más, habrá otro que no lo tendrá. Consumamos de forma consciente y habrá para todos. 

Seguro que, si lo pensamos con cuidado, todos podemos hacer algo para hacer más llevaderos estos momentos. Hay que practicarlo. 

Lo necesitamos. 

Twitter: @perlavelasco

jl/I