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Pablo Fifí y Alberto Chairo

Las campañas concluyen –gracias a Dios– en cinco días. Las tendencias finales están definidas desde este momento, a menos de que una bomba mediática reviente a algunos de los candidatos o candidatas. En general, el despliegue mediático de todas y todos los aspirantes a un cargo de elección popular en Jalisco fue deplorable, malísimo. 

Mensajes burdos, pocas propuestas, nula visión social, histriones, grillos, descalificaciones y algunas emociones fueron la constante en estos dos últimos meses. 

Las historias de chairos contra fifís se recrudecieron y multiplicaron. En los chats y en las mesas familiares y de amigos nunca se revisaron las poquísimas propuestas que de pronto aparecieron en el escenario. En el fondo, lo que se discutió fue lo que Morena y MC diseñaron como estrategia electorera: la descalificación a los gobiernos estatal y federal. Los chairos culpan de todo a Alfaro, los fifís hacen lo propio con AMLO. Un círculo vicioso que retrata a la perfección el ambiente político y social de un país perdido, polarizado, radicalizado e inmerso en una tensión alimentada por el odio y la culpa. 

En ese contexto no hay espacio para los matices, la elección en puerta se trata de matar o morir, de aniquilar al enemigo en las urnas y de callar su voz. Unos hablan de la destrucción del país y de una nueva Venezuela, los de enfrente se regodean en los apoyos que reciben los de abajo y en la venganza contra los gobiernos corruptos del pasado. Las dos apuestas lucen desproporcionadas. 

Este ambiente enrarecido se retrata en todas las encuestas de opinión. De acuerdo con la mayoría de los estudios levantados en los principales municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara, la aprobación de AMLO es mayor que la de Alfaro en las colonias y comunidades de perfil socioeconómico más bajo. Esta tendencia se ha mantenido incluso en Zapopan, uno de los municipios más complicados del país para la izquierda y hoy en día para Morena. Por el contrario, en los segmentos de nivel socioeconómico medio y medio alto, el repudio a Andrés Manuel López Obrador y a su partido ha crecido en las últimas semanas de manera exponencial. 

Más allá de pasiones, filias y fobias personales y prejuicios –que siempre los hay–, existe un escenario que podría ser el mejor para los habitantes de los dos municipios más importantes del estado: Pablo Lemus, alcalde Guadalajara, y Alberto Uribe, alcalde de Zapopan. 

A estas alturas es complejo saber realmente qué tan buenos fueron como alcaldes de Zapopan y Tlajomulco, lo cierto es que Lemus y Uribe son la mejor carta sobre la mesa, ya saben lo que es gobernar, son sagaces y brindan más certezas a la ciudadanía que Carlos Lomelí y Juan José Frangie. Lomelí ha fracasado en todas sus encomiendas políticas, ha perdido todas las elecciones en las que se ha presentado, se ha aliado con lo peor de Morena –representado en Yeidckol Polevnsky– y dejó más dudas que certezas a su paso por la súper delegación. Por último, nunca se ha podido sacudir los señalamientos de corrupción y vínculos con el crimen organizado, sustento de las campañas de contraste que le recetan sus adversarios en cada elección. 

Por su parte, Frangie es el político más gris y anticlimático de la boleta. Su tono, su parsimonia mental, su versión de la realidad y su visión de la vida pública corresponden a la de un júnior que llegó a la política por accidente, convidado por su amigo y mentor. Frangie sólo entiende de negocios y así lo demuestra la información que ha aparecido en diferentes medios de comunicación en los últimos días respecto a posibles conflictos de interés y corrupción cuando era jefe de gabinete. Incluso, en una entrevista en Televisa se deslindó de algunas empresas señalando al propio Lemus como el responsable. 

Así, con todo y guerra entre hordas, la elección en la capital y en Zapopan podría ser una buena decisión, después de todo. 

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jl/I