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México y Nicaragua

El martes pasado 59 países del mundo condenaron en la Organización de Naciones Unidas (ONU) las graves violaciones a los derechos humanos en Nicaragua, exigieron la libertad de los presos políticos y se pronunciaron por la celebración de elecciones libres en ese país. México no firmó.

El 15 de junio, la Organización de los Estados Americanos (OEA) también condenó las detenciones de opositores al gobierno de Daniel Ortega y exigió su inmediata liberación. México tampoco se sumó a esta exigencia.

Nicaragua sufre graves violaciones a los derechos humanos. No hay libertad de expresión ni de manifestación. La prensa es perseguida y los opositores, encarcelados. Tampoco existen elecciones libres. En noviembre se tiene previsto un proceso electoral, pero el gobierno tiene encarcelados a cinco líderes opositores que se perfilaban como candidatos.

Daniel Ortega se convirtió, junto con su mujer Rosario Murillo, en el nuevo Somoza contra el que lucho en los años 70. El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocó a la dictadura que durante cinco decenios gobernó Nicaragua y que Ortega hoy se empeña en emular.

Durante sus primeros años, la revolución sandinista impulsó un proyecto de libertad y justicia social con significativos avances. Por ejemplo, la Cruzada Nacional de Alfabetización logró reducir el analfabetismo de más de 50 por ciento a 12.

En 1990 se llevaron a cabo elecciones democráticas en las que resultó triunfadora Violeta Barrios viuda de Chamorro. Entonces se agudizó el proceso de corrupción de varios de dirigentes sandinistas encabezados por Daniel Ortega.

Muchos de quienes formaron parte del proyecto sandinista en sus primeros años, rompieron con Ortega cuando traicionó a la revolución y sus ideales. Ente ellos, importantes personajes de la cultura y la educación como el poeta Ernesto Cardenal, el escritor Sergio Ramírez, la poeta Gioconda Belli, los cantautores Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, y el sacerdote jesuita Fernando Cardenal, quien coordinó la campaña de alfabetización.

En 1995 entrevisté a Fernando Cardenal. Me dijo: “El FSLN pasó por un proceso de corrupción que empezó en 1990 cuando perdimos las elecciones y se fue haciendo cada vez más grande. Al mismo tiempo fueron cambiando las formas de dirección del partido. Daniel Ortega se fue convirtiendo en un caudillo. Había una conducción de tipo militar verticalista”.

En 2007, Ortega ganó unas reñidas elecciones y desde entonces impulsa un proyecto personal y autoritario para consolidar su permanencia en el poder. Se hizo del control del Congreso para hacer leyes a modo, manda en el poder judicial y en el órgano electoral.

En abril de 2018 el régimen de Ortega masacró a jóvenes que se manifestaban en Managua. Como en Tlatelolco, los militares del régimen dispararon a mansalva contra los jóvenes. En las últimas semanas se ha agudizado la persecución contra la prensa independiente y la oposición. Ortega encarceló recientemente a ex compañeros guerrilleros que lo liberaron de la prisión, entre ellos la comandante Dora María Téllez.

Frente a estas atrocidades el gobierno de México se negó a firmar las exigencias de respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la democracia. Solamente llamó a su embajador a consulta y señaló que se mantendrá “atento” a los acontecimientos en Nicaragua. Argumenta que mantiene su política de no intervención en los asuntos internos de un país.

No se trata de intervenir para colocar a uno u otro candidato. Se trata de defender los derechos humanos, la democracia y la libertad. Se trata de condenar a una dictadura que encarcela, tortura y asesina a opositores. México lo hizo en el caso de Franco, de Pinochet y del propio Somoza. Tendría que hacerlo ahora con Ortega.

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