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Tres años antes del nuevo milenio

Faltaban tres años para que iniciara la nueva centuria y el nuevo milenio en Guadalajara cuando el sábado 13 de diciembre de 1997, a las siete de la mañana, hace 25 años, una nevada suave despertó nuevas sensaciones y emociones entre los tapatíos, que amanecían, ahora sí, en la Perla de Occidente.

Por eso, en un principio, muchos creyeron que era un milagro de fin de siglo, que vaticinaba una nueva época ante la cual la incertidumbre nos avisaba con un cambio de clima.

Nuestra ciudad es más bien cálida que templada, que no es célebre por sus inviernos, sino por sus lluvias torrenciales e inundaciones que evidencian una estructura de cartón bajo el suelo.

Para los especialistas del clima, haciendo un símil con la película La Tormenta Perfecta, la nevada de hace 25 años fue una conjunción de varios factores, ya que a cientos de kilómetros de distancia de Jalisco, en la inmensidad del océano Pacífico, el fenómeno de El Niño calentaba las temperaturas del mar a un nivel más alto, un fenómeno meteorológico, que cuando aparece ocasiona cambios múltiples y que fue especialmente intenso aquel invierno de 1997, originando la primer nevada casi al final del siglo.

La humedad del Pacífico se mezcló con temperaturas menores a los 0°C y durante la madrugada comenzaron a formarse en el cielo las nubes que al amanecer del día siguiente harían caer sobre nuestra ciudad el regalo de la nieve.

Sin embargo, no era la primera vez que nevaba en Guadalajara, pues ya se tenía registro de otra nevada anterior, a fines del siglo 19, un 8 de febrero de 1881, poco después de iniciado el segundo periodo presidencial de don Porfirio Díaz, y cuyas circunstancias y efectos climáticos desconocemos.

La nieve cayó durante más de tres horas aquel sábado 13 de diciembre de 1997, hace 25 años. Yo me encontraba en un aula de la Universidad del Valle de Atemajac, siendo estudiante de la Maestría en Educación, y hacía 19 años de mi estancia laboral en Edmonton, Canadá, donde la temporada con nieve dura tres meses y medio, de noviembre a marzo, y siendo enero con una temperatura mínima promedio de -15°C.

Fue un rememorar aquel invierno de 1978, de la nieve que cae sobre el cuerpo, como si fuera tamo de maíz, con una sensación cálida al principio, y que, con las horas y los días, la alegría de los niños con sus patines para la aventura del invierno, y para jugar con los muñecos de nieve.

El parte meteorológico de la Universidad de Guadalajara señaló al lunes siguiente que la temperatura descendió hasta los -7 grados y con la nevada, los patios y jardines de la universidad nos mostraron un rostro distinto.

Las calles con su blancura en torres y edificios nos mostraron otra Guadalajara. La ciudad se convirtió en un mundo distinto para quienes vivieron aquella época. Algunas parejas recuerdan “nos casamos el día del milagro de la nieve”.

Para los que despertaron más tarde, ese día sábado la visión de la calle cubierta de nieve les hizo comprender que la naturaleza se viste de milagro de vez en vez. En las familias se estrenaron nuevas sonrisas, distintas a las del patinaje en la nieve, más parecidas a las de la subida al nevado de Colima.

Hasta hoy, ese amanecer es irrepetible, la nieve no ha regresado a Guadalajara, a esta ciudad que añora un pasado feliz, donde la realidad de la basura, de los carteles inmobiliarios, de la violencia cotidiana, de los feminicidios y de los desparecidos la destroza y entristece.

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jl/I