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Políticas públicas y violencia contra las mujeres

Pese a las declaraciones de nuestras autoridades, el número de actos de violencia contra las mujeres se ha venido incrementando y a partir del confinamiento quedó en evidencia que buena parte de las agresiones ocurren en el seno familiar. La cuestión es ¿por qué ocurre esto? ¿Realmente se debe a que es un asunto de los hogares o nuestras autoridades pueden hacer algo al respecto?

Sobre ese tema quiero retomar un artículo publicado en 2018, de Elsa Jiménez, maestra en Derechos Humanos y Paz por el ITESO, en el que plantea que la percepción social que se tiene de las mujeres, así como la voluntad de las autoridades encargadas de atender un problema, nos permiten explicar por qué fallan las políticas públicas que deberían prevenir la violencia contra las mujeres (https://bit.ly/3XfQt8H).

La maestra Jiménez, tomando como base la teoría del diseño de las políticas públicas de las investigadoras Anne Schneider y Helen Ingram, plantea que la voluntad de quienes tienen el encargo de atender la problemática de la violencia contra las mujeres depende en buena medida de la forma en que perciben a las mujeres que la padecen, y que en ese tema también influye la percepción de la sociedad en su conjunto, analizando lo ocurrido durante la administración de Aristóteles Sandoval.

En síntesis, la política de atención a las mujeres se diseñó considerándolas como personas vulnerables, incapaces de salir adelante por sí mismas, es decir, dependientes, por lo que la política se enfocó a empoderarlas, capacitándolas para que pudieran ganar dinero por sí mismas, de manera que no tuvieran que depender de la manutención de un hombre.

El error fue que no se llevaron a cabo acciones que ayudaran a los varones violentos con las mujeres a cambiar su conducta, enseñándoles a entender qué es lo que desata en ellos la violencia, y a expresar sus sentimientos de manera más constructiva, a fin de poder tener relaciones de convivencia más armoniosas. Adicionalmente, se omitió el trabajo con los agentes del ministerio público y demás autoridades encargadas de hacer valer las leyes que sancionan la violencia contra las mujeres.

De modo que al parecer el resultado no querido y no esperado de esa política fue un aumento en la violencia, porque en la percepción de quienes se guían por el machismo, las mujeres independientes y empoderadas son mujeres inadaptadas, que deben ser reprimidas para que aprendan a comportarse conforme a los estándares que el machismo estipula. De esta manera se construyó una política engañosa, una que en realidad sirvió para proteger los privilegios de quienes se benefician del machismo, incluyendo a las propias autoridades que, de manera más o menos consciente, defienden el machismo.

Como se podrá notar, no ha habido muchos cambios en la política de prevención de la violencia contra las mujeres en los cuatro años que han pasado desde la publicación del artículo, por lo que es necesario que revisemos de nueva cuenta su diseño y que construyamos una nueva política.

Para empezar, y reconociendo que no soy experto en el tema, podríamos comenzar por revisar si las políticas actuales, y nuestras propias actitudes, ponen en evidencia que se considera a las mujeres como objeto de protección, porque eso conlleva tratarlas como pertenencia de alguien más, como se pone en evidencia cuando ciertos varones dicen respetar a las mujeres porque tienen madre, hermanas, hijas, etcétera.

En cambio, podremos notar si las políticas públicas, y nuestras actitudes, van mejor encaminadas, si se reconoce a las mujeres como sujetas de derechos, dignas de respeto y respaldo.

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