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La 4T en perspectiva

Cada sexenio presidencial ha tenido su sello distintivo. Cada inquilino del otrora recinto presidencial de Los Pinos albergaba un mandatario con personalidad muy peculiar, que marcaba un estilo personal de gobernar. El actual residente de Palacio Nacional no es la excepción. En apenas cuatro meses y medio (aunque en realidad su ejercicio inició desde el momento en que recibió la constancia de mayoría por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en agosto de 2018) ha imprimido su muy particular sello al llevar las riendas del país.

El distintivo de su propuesta política para el país es la llamada cuarta transformación (a la que sus opositores llaman transformación de cuarta) y que desde antes de tomar posesión ya se hacía sentir con decisiones tomadas en el Senado y la Cámara de Diputados, que culminó con el alarido destemplado de los legisladores morenistas, “Es un honor estar con Obrador” en su toma de protesta.

Una de las características de esta nueva época es la imposibilidad de separar la 4T de AMLO. Me explico: no es una ideología ni una doctrina o filosofía de un segmento de la población o de un grupo; aunque sí es todo ello en la postura personal de AMLO, algo que a algunos de los funcionarios de su gabinete les resulta difícil de seguir el ritmo y sufren en las conferencias mañaneras porque desconocen en qué embrollo los meterá con sus ocurrencias y ocasionales desinformaciones.

Es loable su intención de hacer transparente el ejercicio de gobierno con sus conferencias matutinas, pero corre el riesgo que le suceda lo que a una melodía de éxito: de tanto oírla en todos los medios, termina por hastiar. Aparentemente estas apariciones tempraneras sirven para marcar la agenda, pero el país (el mundo) es tan diverso y heterogéneo que en un santiamén las cosas cambian. Además, los argumentos ya se le están agotando y se están volviendo reiterativas: insultar a opositores (conservadores y neoliberales), desacreditar a la prensa (fifí), repartir culpas de pasados sexenios (“nos dejaron un cochinero”), entre otras.

BBVA Bancomer, FMI, SHCP, Cepal reducen las expectativas de crecimiento de la economía mexicana, aunado a las evaluaciones negativas de las calificadoras (Fitch, Moody’s, Standard & Poor’s), pero todos los días reitera la misma frase: “Vamos bien”, y desacredita a quienes no tienen los mismos datos que él, que se reducen a “una cachetadita” (México pasó del lugar 17 al 25 en el Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa).

A pesar de que se desaconsejó construir la refinería en Dos Bocas y haber sido declarado desierto el concurso para su construcción, ahora será Pemex la instancia indicada para llevar a cabo el proyecto; sin embargo, es muy probable que las finanzas públicas se vean afectadas a largo plazo y, otra vez, se provocaría la baja de la calificación crediticia de México.

En días pasados la OCDE criticó tanto la construcción de Dos Bocas como el tren maya (ninguno de los dos, ni el aeropuerto en Santa Lucía, tienen estudios de impacto ambiental). Y fueron criticados: “Apostar por los combustibles fósiles es ir contra el planeta”, Gurría dixit. Tanto Dos Bocas como el tren maya terminarán costando mucho más de los que se tiene presupuestado, de acuerdo con las calificadoras.

En estos cuatro meses y medio sí se configura un nuevo país con la 4T: se regala dinero (como un botín de guerra), se cancelan programas y obras sin prever consecuencias, la austeridad republicana recorta presupuesto en sectores prioritarios (salud, educación, ciencia y tecnología) y se privilegian otros (el militar); las hechuras de las políticas públicas se han desfasado de sus ciclos prescritos, la gobernanza (redes de colaboración gobierno-empresa-sociedad civil) no aparece en el Plan Nacional de Desarrollo, se es indiferente ante Venezuela, pero diligente para la reforma laboral ante la exigencia de Trump; se dan obscuras negociaciones con la CNTE (que seguro será beneficiada en las leyes secundarias). En fin, ya se siente la 4T.

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JJ/I