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Siempre mintió
El abogado de Ovidio
A veces asombra cómo la vorágine de noticias hace que nos perdamos; estamos inmersos en ciclos informativos tan vertiginosos que nuestra indignación no dura mucho, y pocas veces se manifiesta más allá de un tuit con su respectivo hashtag, o una publicación en Facebook; y, una vez satisfecha nuestra ira en las redes, pasamos al siguiente orden del día: poner en nuestro perfil el símbolo de moda y orar por la Amazonia. Pero lo cierto es que las injusticias perduran.
Tuvimos un breve momento de esperanza con las redes sociales y su influencia en movimientos como la Primavera Árabe, pero la realidad es más testaruda. Los países árabes siguen con regímenes duros y ese mismo movimiento puede que haya ayudado a desencadenar el problema sirio. Podemos mandar imágenes de la desaparición de los glaciares, o de osos polares famélicos buscando comida, pero el cambio climático no da trazas de ir más despacio. Quizá para lo que están sirviendo las redes es para poner en evidencia y humillar a unos cuantos, pero más allá de esto y de ser una válvula de escape al mal humor social, parece que la promesa de las redes, esa revolución democrática, simplemente no está sucediendo.
Asumo que hay varias razones para esto. Una es que las redes son fuente constante de información y de desinformación: hay demasiado ruido. Hay quienes de forma deliberada buscan confundirnos, dar la impresión de que hay gente fina en ambos lados del debate, o que simplemente la toma de una postura equivale a convertirse en un intolerante de izquierda o de derecha. Y una vez que se utiliza una etiqueta, es difícil entrar en un diálogo productivo: los argumentos son ignorados porque es más fácil atacar a quienes los esgrimen. También ocurre que, en este tiempo de post verdades, ante la sensación de haber sido engañados, a veces preferimos el cinismo.
Otra razón es que la mayoría de nosotros no estamos comprometidos con una causa, seguimos muchas: el respeto a los derechos de los grupos minoritarios, la preservación del medio ambiente, la búsqueda de un mundo donde impere la justicia social, la atención a los pobres, la migración y el desplazamiento forzado de las personas, y un largo etcétera. Quizá el problema está en que nuestras energías se dispersan entre muchas causas; no es que las cosas no nos importen, sino que hay demasiadas cosas que nos importan. No hay jerarquías y la sensación de que no se hace lo suficiente es abrumadora. Quizá valdría la pena asumir una, a lo sumo dos. No se puede salvar al mundo de golpe, pero se puede hacer de poco a poco.
Yo creo que sí hay acciones que podemos emprender; la primera tendría que ser estar informados, mucho más allá de la inmediatez de las redes sociales, los programas de noticias en los medios e incluso de los periódicos: es necesario desarrollar en nosotros la capacidad de investigar para no depender exclusivamente de lo que alguien más, con su propia agenda, nos quiera comunicar. Y esto pasa, irremediablemente, por el desarrollo de las habilidades del pensamiento crítico; es decir, educación.
También creo que es un buen momento para elegir nuestras batallas. Insisto, la lista de cosas que son importantes es enorme, pero nadie tiene los recursos (ni económicos ni mentales) para enfrentarlo todo. Es justo que nos indignemos por las cosas malas, pero es mejor empezar a usar nuestra fuerza por corregir aquello que está a nuestro alcance. Sí, es correcto elevar una oración por el Amazonas, pero es mejor todavía boicotear a las empresas que se benefician de esta destrucción. Es hora de que nuestros actos hablen más que nuestras palabras.
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da/i