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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Dos notas de política exterior llamaron mi atención esta semana; la primera es sobre la visita que hizo Ivanka Trump a un campo de refugiados en Colombia, y la otra una nota diplomática del Departamento de Estado de Estados Unidos dando su pésame a la familia de Robert Mugabe, expresidente de Zimbabue. Lo que tienen en común estas notas es la profunda hipocresía del gobierno de Trump.
Por una parte, la visita al campo de refugiados no es un acto inocente: es una forma de atacar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela mostrando la cruda realidad de los desplazados a causa de este régimen. No dudo que esto esté pasando y por supuesto que los venezolanos que se han visto obligados a huir de su país tienen toda mi simpatía; sin embargo, la pregunta es ¿por qué los desplazados por la violencia, el hambre y la pobreza que intentan ingresar a los Estados Unidos no reciben la misma empatía por parte de ese gobierno? Si damos un seguimiento a las notas sobre los centros de detención (a los que algunas personas se refieren, con toda justicia, como campos de concentración), veremos que los migrantes que vienen de Centroamérica son tratados de una forma vejatoria, humillante: niños, en algunos casos con apenas meses de vida, son separados de sus padres; estos niños son obligados a dormir en el cemento frío, con la luz encendida toda la noche, sin cuidados adecuados (en algunos casos, los niños mayores se han tenido que hacer cargo de los más pequeños), sin productos de limpieza como cepillos de dientes o jabón. En un acto de total cinismo, una abogada dijo que estas cosas no eran necesarias para tener un ambiente “seguro y sano” para los detenidos. En el colmo del desprecio por estas personas, seis niños inmigrantes han fallecido bajo la custodia de la agencia de inmigración y aduanas (ICE, por sus siglas en inglés). La realidad es que los presos en las cárceles estadounidenses reciben mejor trato que los niños, y eso que ellos son criminales.
Parte de las razones de este trato son que las instalaciones que se usan para detener a los inmigrantes son en realidad un negocio: son cárceles privadas que se rentan al gobierno, a un precio nada despreciable, 775 dólares al día por cada niño (https://www.gq.com/story/trump-detention-camps-cost) ¿cómo es posible que con estos ingresos las personas responsables de estos centros sean incapaces de dar lo básico en cuestiones de alimentación, higiene y seguridad a niños? ¿Dónde está el clamor internacional? ¿Por qué los demás países no denuncian estas claras violaciones a los derechos humanos?
Estados Unidos, siendo la potencia mundial, se da a sí mismo el derecho de acusar a otros países de no respetar derechos humanos y bloquear sus economías; lo ha hecho así con Cuba por 50 años y lo hace ahora con Venezuela, pero esto es bastante selectivo, no dice nada de Corea de Norte, no dice nada de China, no dijo nada del dictador Robert Mugabe, quien estuvo en el poder casi 40 años ejerciendo una brutal dictadura; y por supuesto, no se mira en el espejo porque tendría que denunciar la podredumbre de sus centros de detención.
Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis crearon los campos de concentración y luego los centros de exterminio; cuando estos horrores se hicieron evidentes con la victoria de los aliados, el mundo se mostró sorprendido e indignado: “¡No sabíamos!”. Hoy nos toca a nosotros denunciar estas políticas racistas, xenófobas, y violatorias de los derechos humanos más básicos. No podemos decir que no sabíamos; esto está pasando en nuestro tiempo. Basta de hipocresías.
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da/i