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Retos de tragedia

Los retos entre iguales han existido desde siempre; positivos y negativos, que llevan al triunfo o terminan en tragedia. Recuerdo cuando niño y adolescente que nos retamos a todo tipo de actividad, desde deportivas –llegar de una ciudad a otra en bicicleta o cruzar el canal en nado– hasta sentimentales o académicas, como conquistar a tal jovencita que luego se convirtió en la esposa o exentar cálculo con el maestro Flores Meyer.

O el reto de, en automóvil, cruzar una avenida sin llevar preferencia o no detenerse ante el rojo del semáforo. Con el tiempo, llegaron retos como golpear en la nuca al compañero más fuerte y correr o quemarse el brazo con un encendedor. Absorber plásticos por la nariz para luego extraerlos por la boca.

Los retos subidos a redes sociales buscando popularidad a base de seguidores y likes han llegado incluso a la pantalla grande y a series de TV sabiendo que la audiencia aplaude y ríe las imprudencias para luego repetirlas. Hemos llegado al extremo de niños y jóvenes que pierden la vida por diversas formas de suicidio por seguir con retos que ya no son puestos a prueba por compañeros, sino en páginas de Internet, canales y mensajería instantánea que se difunden sin ninguna responsabilidad y con poca o nada de intervención de autoridades.

Retos fatales que terminan con la vida al inducir en la mente de los menores el daño a terceros, a cercanos y a sí mismo. Países completos han puesto a sus ciberpolicías a detectar dichas anomalías para retirarlos de la web, pero siguen apareciendo como producto de mentes retorcidas y macabras, dejando dolor de por vida. Las imágenes de instrucciones para quitarse la vida vienen en videos estúpidamente atractivos.

Los menores de 18 años son los que corren el mayor riesgo y para ello no habrá mejor intervención que la que se haga en casa. Padres y maestros deben supervisar los programas de televisión e Internet que vienen cargados de violencia de todo tipo. Estar atentos a amistades, uso de videojuegos, pláticas con compañeros, edades para compartir convivencia incluso con propios familiares, ingresar a redes sociales sin claves personalizadas.

La comunicación con hijos que permita siempre hablar con verdad, franqueza y confianza para poder detectar a cambios de humor, largos tiempos de ausencia, ira y conductas anómalas. Revisar todo gadget y hasta cuadernos y mochilas pueden ayudar al control y evitar tragedias. La vida de los hijos es nuestra principal responsabilidad, su vida nos pertenece. Supervisar sus pertenencias, gustos y amistades no es atentar contra su privacidad. Amemos y no tomemos a la ligera esta nueva tarea de los padres: ser cibersupervisores de nuestros hijos, que aun así tendrán siempre el riesgo y, nosotros, latente la tragedia en nuestros hogares.

JJ/I