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A un año de gobierno 

AMLO ha cumplido un año en la presidencia y sigue levantando pasiones de amor y odio. Gran parte de las críticas a su gestión, luego de las de la inseguridad, han provenido de actores económicos relevantes: el estancamiento económico (que se ha llegado a calificar de recesión), la incertidumbre o falta de confianza de los inversionistas, el populismo de regalar dinero a diestra y siniestra, la falta de preparación de su equipo de gobierno, el bajo crecimiento del empleo, la orientación del gasto público que castiga a estados y municipios, así como a los organismos autónomos, etc. Pese a ello, la aprobación al gobierno federal sigue siendo ampliamente mayoritaria… ¿Está engañada, es ignorante o está comprada con dádivas la mayor parte de la población? Me parece que cualquiera de estas respuestas no sólo sería equivocada sino discriminatoria. Ello no significa que el balance de este primer año sea positivo. No cabe duda que la situación económica es más delicada, sea o no causada principalmente por la política gubernamental. La cuestión es por qué si la situación económica es peor, el presidente sigue siendo ampliamente respaldado. Lancemos algunas conjeturas: 

1) Salvo raras excepciones, como lo fue la administración del general Lázaro Cárdenas, los objetivos primordiales de las estrategias económicas han sido la estabilidad financiera o el crecimiento económico. Sin embargo, el mayor problema estructural de la historia de México ha sido la enorme concentración del ingreso, de la riqueza y del patrimonio. Desde Von Humboldt y Morelos hasta los informes actuales de Oxfam o las Naciones Unidas así lo muestran. La mayoría de los políticos así lo reconocen, pero a la hora de definir estrategias lo relegan a un subproducto del crecimiento, la estabilidad financiera, la productividad y la competitividad… en realidad esto sólo relega a un papel residual, como siempre, la inequidad. El hecho de que el actual gobierno ubique la cuestión distributiva como el principal asunto en la política de gasto, mediante diversas transferencias sociales a grupos de población específicos, implica reconocer el enorme problema distributivo, la debilidad del mercado interno y la necesidad de reconocer el valor del ser humano más allá de su productividad laboral. Esto no es un asunto clientelar: clientelar sería el que en un mismo grupo de población se seleccionara a beneficiarios y no beneficiarios en función de sus lealtades al gobierno. 

2) Desde que México es independiente sólo ha tenido dos emperadores (Iturbide y Maximiliano): ambos murieron fusilados. Sin embargo, la República ha sido gobernada con prácticas cuasi imperiales (como diría Krauze), no sólo por el autoritarismo y el centralismo, sino por formas de vivir claramente ostentosas. El no vivir en Los Pinos, la puesta en venta de los aviones presidenciales, la desaparición de la Guardia Nacional, la reducción de salarios y prestaciones para altos funcionarios y la exposición diaria a la prensa muestran una actitud radicalmente distinta en el sentido del ejercicio de gobierno. 

3) El romper con una lógica de guerra entre buenos y malos abre nuevas posibilidades de articulación social. En este primer año ha seguido escalando la violencia, aunque a tasas menores a como venía haciéndolo. 

4) El gran temor de inestabilidad financiera por establecer políticas distintas se ha revelado como injustificado: el aumento significativo a los salarios mínimos reales no ha traído inflación (de hecho, en la frontera norte, donde se duplicaron, registra niveles inflacionarios menores al promedio del país); la tasa de inflación es notoriamente baja, las tasas de interés tienden a bajar; no hay una reducción significativa de reservas; no se presentan déficit fiscales ni externos mayores, la paridad del peso es mejor que al final de la administración de Peña Nieto y la bolsa de valores ha crecido ligeramente. 

Sin embargo hay aspectos estructurales altamente cuestionables: la sumisión ante el gobierno de Trump en materia de migración y, sobre todo, en términos de la contención de la inmigración centroamericana; la bajísima inversión en la estimación del presupuesto federal y por ende la inmensa dependencia ante la inversión privada en la obra pública (la sartén la tienen por el mango los grandes empresarios en las grandes obras de infraestructura, lo que no garantiza que prime el interés público sobre el privado); la falta de claridad en la asignación de contratos y el cuestionamiento hacia múltiples nombramientos, desde Bartlett hasta muchos “súper delegados”; la eficiencia en el aterrizaje de las políticas sociales, las respuestas elusivas del gobierno, etcétera.  

En suma, el gobierno no ha sido angelical ni demoniaco, ha mostrado visión estratégica, pero muchas fallas en la puesta en práctica de sus políticas; sigue siendo muy popular, pero altamente cuestionado. Por una parte, está lejos de ser lo que se esperaba y por la otra sí parece emprender una búsqueda de transformaciones en la búsqueda de un país más cohesionado. La moneda está en el aire. Será central tanto el fortalecer críticas fundadas y cuestionadoras, como el rechazar denostaciones que sólo justifican el mantenimiento de privilegios. Igual de importante será para el gobierno y la sociedad el aceptar críticas bien argumentadas que permitan modificar políticas, así como rechazar las adulaciones acríticas orientadas a encumbrar una perspectiva mesiánica del poder. 

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*Trabajo especial