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Un México violento
Porque nos la quitaron
Con la pandemia mundial del coronavirus arreció el discurso de odio. Aclaremos que ya circulaba diario. Ahora, con el brote de enfermos y muertos, también rebrotó con mayor fuerza lo que es “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”, como lo describe la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
En México, el discurso del odio tiene como principales ataques a las mujeres (que a través de machistas varones llega al extremo de los feminicidios), a los migrantes (de distintas formas se les agrede), a los indígenas (ancestralmente excluidos), a los pobres (que engloba la aporofobia), a culturas minoritarias (que deriva en estereotipos en el caso de los jóvenes), a quienes tienen otras preferencias sexuales (sin respeto a su derecho a elegir a quiénes amar, por ejemplo), a los de tez morena (en el racismo visible) y a los religiosos (algo más visible en regiones del país, como sucede en Chiapas).
Los discursos de odio también han crecido hacia periodistas, por diversas razones, entre otras cuando sus críticas molestan a grupos delictivos o del poder político y económico; hacia defensores de derechos humanos y ambientales, como se observa en los asesinatos cometidos en lo que va del sexenio; y se advierte en las recientes agresiones que en el contexto de la pandemia se han dirigido contra médicos, enfermeras, personal de salud, y a infectados y sospechosos de estar enfermos de coronavirus. El odio, el miedo, el fanatismo y la ignorancia, por sí solos representan un riesgo, pero en coctel son altamente peligrosos.
Otras expresiones de los discursos de odio están incrustadas con mayor intensidad en distintas naciones, como son el antisemitismo o las agresiones a musulmanes. Neonazis, promotores de la supremacía blanca y terroristas asentados en diferentes ideologías son ejemplo de la variedad de quienes atentan contra los que son diferentes, más los regímenes autoritarios que cometen crímenes atroces. “El odio se está generalizando, tanto en las democracias liberales como en los sistemas autoritarios y, con cada norma que se rompe, se debilitan los pilares de nuestra común humanidad. El discurso de odio constituye una amenaza para los valores democráticos, la estabilidad social y la paz”, advierte la ONU.
¿Hay vacuna contra los discursos odio? Sí. En primer lugar, la educación, tal como la establece el artículo tercero constitucional. En segundo lugar, políticas públicas específicas promovidas desde el Estado mexicano, que indaguen y abonen a las causas y efectos; y que desarrollen acciones a favor de la paz y la aceptación del otro, de quien es diferente, por poner ejemplos. Organismos como el Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) y otros gubernamentales y de la sociedad civil pueden tener un rol destacado.
En plena pandemia “debemos actuar ahora para fortalecer la inmunidad de nuestra sociedad contra el virus del odio”, advierte el secretario general de la ONU, António Guterres, quien pidió no escatimar esfuerzos para erradicar el discurso del odio en todo el mundo. El avance del coronavirus “ha disparado el discurso que incita al odio en un momento en que es más necesario que nunca ejercer la solidaridad mundial”.
La pandemia “sigue desatando una oleada de odio y xenofobia, buscando chivos expiatorios y fomentando el miedo”, como sucede, por ejemplo, en las redes sociales en México. Construyamos discursos saludables.
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jl/I