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‘Snowpiercer’, ¿una profecía distópica?

El cine de Bong Joon-ho no es de fácil digestión. A su excelente manufactura visual se adiciona una historia compleja que permite diversas lecturas e interpretaciones. Ahí estriba la riqueza de su poderosa narrativa, en la que las expresiones discursivas y los elementos simbólicos se conjugan para impactar las fibras emocionales de la audiencia, al tiempo que desafía sus capacidades intelectuales. Conmover y desafiar parece ser la constante de su filmografía (El huésped, Okja, Parásitos), historias todas en las que la denuncia social, que se nutre de una perspectiva marxista, se desarrolla mediante un lenguaje fílmico que no se ajusta a un género en específico y en el que la crudeza de los antagonismos sociales se encuentra revestida de metáforas cuajadas de belleza. 

En Snowpiercer, realizado en 2013, Bong Joon-ho reproduce la atmósfera y los escenarios en los que se desarrolla la confrontación ineludible entre las clases sociales en la sociedad capitalista. Su trama se desarrolla en los vagones de un kilométrico tren en el que viajan, en un recorrido circular e indefinido, los únicos supervivientes de la catástrofe ambiental provocada por la comunidad científica, que para enfrentar las amenazas del cambio climático recomienda esparcir en todo el planeta un gas denominado cw7, que causa el congelamiento de la superficie terrestre, exterminando toda forma de vida, a excepción de los pasajeros del tren. 

Y es precisamente en el reducido espacio que suministran sus entrañas. Condenados a compartir el mismo vehículo, las contradicciones no solamente se reproducen, sino que intensifican exponencialmente sus niveles de tensión. El hacinamiento, la suciedad y el hambre que se impone a los andrajosos pasajeros que ocupan los últimos vagones del convoy contrasta brutalmente con el lujo, la opulencia, la abundancia, el ambiente hedonista y relajado de los vagones de la parte delantera, destinados a la élite privilegiada. 

Agrupados en torno al anciano Gilliam y el liderazgo de Curtis, el ejército de andrajosos se subleva cuando, por enésima ocasión, sufren el rapto de dos infantes por la sección delantera. La consigna es alcanzar el motor, porque quien lo tiene decide el destino del tren. El obstáculo de las puertas se resuelve con la intervención de Namgoong Minsu, a cambio de kronolina, un desecho industrial que se utiliza como droga. Al final de un trayecto regado de cadáveres, Curtis, por boca de Wilford, el magnate conductor de la máquina, se entera del acuerdo entre éste y Gilliam de provocar una mortandad necesaria para mantener el equilibrio del sistema. La conclusión es lapidaria, la lucha emancipatoria no sólo no es tal, sino que puede conducir a la extinción de la especie humana. Entre tanto, Yona, hija de Nomgoong, utilizando una bomba de kronolina, hace explotar la puerta principal hacia el exterior. El estallido provoca una avalancha de dimensiones colosales que culmina con el descarrilamiento del convoy.  

Severo observador del comportamiento humano, sus protagonistas son inmunes a cualquier forma de romanticismo, sino que asumen su irremediable condición humana en la que convergen las mejores virtudes y las peores vilezas. Por eso la épica se encuentra ausente de sus filmes. Por eso dejan un sabor en que se mezclan la incertidumbre y el escepticismo. Sensación que se mitiga, si se pone atención en el guiño de la escena final de sus películas.  

De la máquina sepultada en la nieve, enfundados en gruesos abrigos, emergen Yona y el pequeño Timmy. Sus miradas se dirigen hacia la ladera de una montaña por donde asciende lentamente un oso polar que, a su vez, los mira fijamente. 

Twitter: @fracegon 

jl/I