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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Las consecuencias de la pandemia todavía no se han sentido con toda su crudeza; para fines de abril, los especialistas pronostican un repunte en contagios y fallecimientos.
El paisaje urbano alrededor de los panteones con crematorio ha cambiado. Nubes grisáceas que se confunden con neblina cubren las copas de los pinos y las tumbas en esos cementerios. Las chimeneas no dejan de exhalar su vaho desde hace semanas y cubren con sus humos los camposantos de nuestra ciudad. Estos crematorios son ya el símbolo del dolor y duelo de los tapatíos.
El proceso de cremación de un cuerpo tardaba máximo dos días, y ahora puede extenderse hasta tres semanas por la sobrecarga de cuerpos para cremar que causa descomposturas en los hornos. Este retraso, hace que las familias y personas cercanas a los fallecidos tengan un duelo frío y complicado.
Los funerales no se pueden celebrar como lo establece la costumbre y la cultura de nuestro pueblo: el velorio, la reunión de la familia, los rezos, la misa exequial, el último adiós en el panteón, el novenario, el levantamiento de la cruz, etc.
Sin duda, los ritos que acompañan a la muerte ayudan sobre todo a los deudos a vivir la experiencia de la muerte en un contexto de consuelo y resignación activa, lo que psicológicamente induce a cerrar los ciclos de duelo.
Hay un gran dolor en las familias de los que están internados en los hospitales, especialmente en terapia intensiva, a la expectativa de malas noticias. La mayoría de los que mueren no pudieron despedirse y, a veces, duran semanas en el hospital solos y sin consuelo.
La mitad de las personas que ingresan a un hospital para atenderse por Covid-19 en México pierden la vida. Para la mayoría de los familiares y personas cercanas a los enfermos, la última vez que se verán es en la puerta de la sala de emergencias.
La tragedia y desesperación que pasan los familiares de personas que mueren por esta enfermedad no termina con la sepultura, morir por Covid-19 alarga y agudiza la pena como casi ningún otro padecimiento.
Quizá dentro de unos años podamos asimilar totalmente esto que nos ha tocado vivir. Esta enfermedad ya es la segunda causa de muerte en México según el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (Inegi), solo detrás de los padecimientos cardiacos.
En estas últimas semanas, por la saturación de los servicios funerarios, los cuerpos o las cenizas son entregadas a los deudos después de varios días y sin poder realizar los ritos ya mencionados por la premura en la inhumación o colocación de las cenizas en las criptas.
No los pueden acompañar ni familiares ni amigos, y están obligados a someterse a la cuarentena si su difunto murió de Covid-19. No hay tiempo para asimilar y eso lleva a prolongar el ciclo del duelo.
El duelo y luto que deja la Covid-19 empeora por la impotencia, por no lograr expresar sentimientos como las personas quisieran y despedirse del ser amado.
En la práctica, lo que está ayudando a la gente son los símbolos de esperanza contenidos en su rica tradición de fe y creencias, y en la tanatología de nuestra cultura.
Las personas creyentes en los barrios de Guadalajara están incrementando espacios de escucha en las iglesias, en los dispensarios médicos, guardando todos los protocolos de salud. Más que nunca, la gente anhela consuelo y solidaridad para tener esperanza. La gente quiere será acompañada en su dolor y su enorme tristeza.
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jl/I