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Un México violento
Porque nos la quitaron
En esta época de la posmodernidad, la ciencia y la religión se configuraron como necesariamente opuestas. Las creencias religiosas, con base emocional, y la ciencia con el andamiaje racional. En otras palabras, la razón contra la fe.
En el siglo 20, la ciencia y religión son dos formas de entender el mundo, dos cosmovisiones que ven la realidad desde posiciones opuestas. En este contexto, dos instituciones funcionan al ritmo de sus propias ideologías “como si Dios y la ciencia no existieran”. Estas instituciones son el mercado y el Estado.
Para los sociólogos de la religión, la pandemia con su crisis de salud, lastimó seriamente la seguridad en la ciencia y en las creencias. En diversas épocas, como un péndulo, religión y ciencia dieron certezas en un mundo que no puede ya darlas.
Hoy, en el siglo 21, la ciencia y su desarrollo, asociado al poder y al dinero, son cuestionados. Se cuestiona sobre todo su trasfondo ético y se reclaman límites a su intervención en la vida social, por ejemplo, en la producción de las vacunas destinadas solo a grupos sociales que las pueden pagar.
En la década de los 80, la religión empezó a hacerse presente en el espacio público en temas sociales y morales, generando interés en políticos, medios de comunicación y público en general. La presencia pública de la religión fue no sólo aceptada, sino requerida en debates para asesorar sobre legislaciones relativas al aborto y la eutanasia; hoy las iglesias intervienen en los debates sobre la pobreza, la desigualdad y la manera de abordarlas, los religiosos se comprometen en las discusiones sobre ecología y alimentación.
La expansión rápida del Covid-19 afectó a todo conjunto del planeta y dibujó un mundo desigual en bienes, población y recursos.
En este contexto, las iglesias y grupos religiosos hicieron circular discursos y sentidos en la pandemia, porque la epidemia trajo miedos, incertidumbres, aislamiento, soledad. Y en este sentido, la religión tiene experiencia en ofrecer respuestas en estos escenarios de dolor y angustia, no así la ciencia.
En nuestro entorno mexicano, el rol de la ciencia no se reconoce explícitamente al inicio de la pandemia por el presidente y su subsecretario de Salud; se argumentaba la famosa oración del “detente”, y la fortaleza y el valor moral del primer mexicano como escudo ante el virus.
Avanzado 2020, se pide que la religión ocupe su propio espacio: la ciencia investiga y la religión ora, para poder ver la luz al final del larguísimo túnel.
Ante el desencanto por la ciencia, que además es sospechosa de haber creado este virus, la noción de salud que los grupos católicos presentan es variada. Para ellos, estar bien significa estar libre de problemas corporales, pero también estar equilibrado psíquica y emocionalmente y mantener vínculos positivos con los familiares y el entorno.
Las creencias tanto de cristianos como de los católicos sobre las nociones de salud están alineadas con las definiciones de salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que poco a poco fue incorporando la dimensión espiritual. Desde 1984, la espiritualidad es uno de los ejes en los programas de la OMS, y en 1988 la incorpora a la definición misma de salud considerada como bienestar en los planos físico, mental, espiritual y social.
En 2020 los miedos, el aislamiento, la crisis sanitaria y económica alimentaron los cuestionamientos a la ciencia. La muerte se ha acercado a todos a través de amigos, familiares y desde la pantalla de los medios de comunicación, en momentos en que la inquietud y la duda arrasan como vientos el mundo global, hace que, en este contexto, el pleito entre ciencia y religión se vea anacrónico.
Para los investigadores del fenómeno religioso, ciencia y religión parecen ahora dos antiguos adversarios que se reconocen y se dan la mano.
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