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Gobernar o ser popular

En su texto sobre la psicología de las masas, Sigmund Freud afirmó que, para mantener el liderazgo de una masa artificial, es decir, la que se compone por una multitud de personas que se agrupa por motivaciones diversas, pero que tienen poco en común entre sí, es sumamente necesario mantener la ilusión de que el líder ama particularmente a cada una de ellas. Si esa ilusión se desvanece, continua Freud, entonces la masa se dispersa. 

Me parece que esta teoría nos permite entender lo acontecido en los tres primeros años de la administración de López Obrador: su estrategia fundamental es mantener entre quienes lo apoyan la ilusión de que está luchando a su favor, en contra de los conservadores. Y ha funcionado, dado que, según algunas encuestas de opinión, 71 por ciento de la población encuestada está a su favor. 

En ese sentido, parece que la apuesta de López Obrador es ser recordado con afecto por la población, tal como ocurrió con Lázaro Cárdenas, a quien mucha gente en Michoacán llamaba cariñosamente tata, porque recibieron tantos beneficios, que lo sentían como un abuelo cariñoso que todo lo hizo por su bien. 

Podemos suponer que la ambición de López Obrador es ser recordado con ese cariño por la gente pobre de todo el país, no solo por los campesinos de su estado natal, y sus conferencias mañaneras tendrían esa finalidad. 

Y ese mensaje, que lo hace aparecer como un héroe que está enfrentando a los ganones de siempre, porque está del lado de quienes siempre han perdido, es muy fuerte simbólicamente. Por eso reitera una y otra vez que quienes lo critican lo hacen porque no quieren que las cosas cambien, con razón o sin ella, pero con buenos resultados, en lo que se refiere a su popularidad. 

Desafortunadamente, la popularidad no necesariamente está relacionada con la efectividad, y el caso de López Obrador lo deja muy claro. Los problemas más graves, como la desaparición impune de personas, el control de varias organizaciones criminales sobre porciones del territorio nacional, las agresiones contra las mujeres, y la falta de servicios públicos que garanticen el derecho a la salud, por mencionar algunos, siguen sin resolverse. 

Por otro lado, su popularidad le ha permitido dejar de cumplir sus promesas de campaña, como la de sacar al Ejército de las calles, y, por el contrario, darle cada vez más injerencia en la vida cotidiana de las personas, lo cual es muy peligroso, si nos atenemos a las lecciones de la historia; o la de no defender a nadie, ni a los miembros adultos de su familia, en caso de que actuaran de manera ventajosa. 

A su vez, esa misma popularidad le ha ayudado a blindarse contra la crítica, puesto que quienes le apoyan le dan todo el crédito a su palabra, pese a que no ofrece pruebas de lo que aduce en su defensa, y tampoco responde de manera razonable a los argumentos que se exponen contra sus dichos, incluso los de buena fe, con lo que solo su dicho se considera verdadero, aunque no corresponda con la realidad. 

Finalmente, la popularidad de López Obrador impide que muchos de sus seguidores se den cuenta de que no está haciendo nada para que se mitigue la enorme desigualdad socioeconómica que padecemos, puesto que, la alianza de los señores del dinero con la silla presidencial sigue intacta, y por eso no hay posibilidades de que se cobren impuestos a las grandes fortunas de nuestro país, para financiar la garantía de derechos, como lo podrían ser el acceso a servicios públicos de salud y educación de alta calidad. 

Así, a tres años de su toma de posesión, López Obrador puede sentirse contento; es sumamente popular, aunque no está gobernando. 

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Twitter: @albayardo

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