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Ingenuos
El abogado de Ovidio
Quienes se dedican al estudio de la historia saben que para conocerla no podemos confiar sólo en nuestra memoria, al menos no en culturas basadas en la escritura, como la nuestra. El problema de recurrir únicamente a la memoria es que suele ser selectiva, y a veces olvidamos ciertos detalles que nos impiden tener un registro claro de lo que aconteció, y eso nos hace depender de lo que quienes tienen cierta autoridad quieren que recordemos.
Por ejemplo, Felipe Calderón pretende justificar su guerra contra el narcotráfico argumentando que la violencia se había desbordado, y que por eso recurrió al Ejército, y muchas personas afines a él repiten ese mismo argumento. Sin embargo, si revisamos los registros del Inegi, veremos que el número de homicidios había alcanzado un mínimo histórico antes de que él emprendiera su guerra, cuyas consecuencias aún padecemos.
Lo mismo ocurre ahora con el Instituto Nacional Electoral (INE), al que desde hace tiempo el presidente López Obrador ha tratado de inutilizar, sin que quede claro el motivo, por lo que recurre a su autoridad para difundir entre sus seguidores ideas falaces con tal de justificar su intento de desaparecerlo.
Un ejemplo muy claro lo acabamos de ver esta semana, cuando el presidente difundió datos inexactos sobre la cantidad de dinero que destinan varios países latinoamericanos en la organización de sus elecciones, concluyendo que México es el país que más gasta en ese rubro. El argumento es falaz, dado que, por lo menos en el caso de México, se presentó el presupuesto total administrado por el INE, que incluye lo que se reparte entre los partidos políticos, y otras actividades que realiza no directamente ligadas con la realización de las elecciones. Además, se comparaba el presupuesto total sin dividirlo entre el número de posibles electores. Es decir, se estaban comparando peras con manzanas.
Por cierto, si gastamos mucho en la celebración de las elecciones eso se debe en buena medida a que la ley se fue complejizando, atendiendo las exigencias de los opositores, incluido López Obrador, con el fin de evitar que se repitieran situaciones que propiciaban el fraude electoral.
El problema cuando no se conoce la historia, o se decide ignorarla, es que aumenta la probabilidad de que volvamos a caer en situaciones que ya habían sido superadas.
Es probable que muy pocas personas recuerden que antes de que se creara el IFE, hoy INE, era muy fácil falsificar las credenciales de elector, que no contaban con fotografía ni firma ni ningún otro elemento de seguridad. Por eso alguien podía votar muchas veces o podía utilizar la credencial de una persona muerta para votar.
De hecho, cuando la Secretaría de Gobernación organizaba los comicios, se neutralizaba el voto opositor con artimañas como las siguientes: cambiar de ubicación las casillas, sin que se avisara a dónde, para que sólo los operadores electorales supieran adónde mandar a las personas para que votaran; o llenar las urnas con votos a favor del PRI antes de que comenzara la jornada electoral. Y en donde era claro que iba a ganar la oposición, se provocaban alborotos para robarse las urnas, destruir las boletas electorales y anular esas casillas.
En fin, el recuento sería muy largo, pero es importante que tengamos muy claro el gran esfuerzo llevado a cabo por la ciudadanía, más que por los partidos, para contar con una institución que nos permita tener certeza de que nuestro voto cuenta y se cuenta, por lo que no debemos permitir que quienes se han beneficiado de su existencia lo destruyan ahora que ya no les sirve. Defendamos al INE.
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