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Jalisco es una fosa

Cada día, sorprendidos, horrorizados, vemos cómo en acciones deslocalizadas, la guerra, la nuestra, la de siempre, muestra rostros difíciles de comprender fuera de la lógica de descomposición social que el capital produce como reverberación de sus procesos de acumulación/destrucción ilimitados. Aunque la encontramos fuera de toda lógica racional, entendemos que lo que sucede entre Rusia y Ucrania es una guerra de invasión condenable y hasta tenemos cierta disposición para manifestar nuestro rechazo. Sin embargo, nos cuesta trabajo reconocer nuestra propia guerra, la que de manera no convencional se despliega en prácticamente en todo el territorio nacional, en el campo y las ciudades. 

Como si fuera una guerra de guerrillas, de pronto estalla en Chihuahua y después en Sonora o en Veracruz, aunque hay entidades como Michoacán, Tamaulipas, Guerrero, Oaxaca y Jalisco, por ejemplo, donde han encontrado o construido nichos duraderos y han producido imágenes muy elocuentes. 

Hace apenas unos días con mucha razón y tino político la señora Lupita Aguilar, quien después de más de una década de búsqueda localizó los restos de su hijo desaparecido, declaró que Jalisco es una fosa. Lo afirmó considerando el número de personas desaparecidas, así como la cantidad de cuerpos y restos humanos localizados en fosas clandestinas por las madres buscadoras de sus familiares desaparecidos. A la declaración de la señora Aguilar podemos agregar, por las mismas razones, que Jalisco es un territorio de exterminio social donde desaparecen, torturan, diluyen cuerpos, matan y entierran como si nada. Como si no hubiera autoridad, como si a la autoridad no le interesara o estuviera involucrada. 

Se reconoce que en Jalisco tenemos alrededor de 16 mil personas desaparecidas y en México aproximadamente 100 mil. Los números de por sí son apabullantes, pero el dato duro lo es más cuando se conocen las historias y trayectorias de cada una, de cada uno, de ellos. Al ex presidente Felipe Calderón se le crítico con razón por haber dicho que los muertos y desaparecidos en medio de la guerra contra el narcotráfico eran solo “daños colaterales”. Los gobernantes actuales se han cuidado de no nombrarlos de esa manera, pero al final de cuentas su silencio cómplice, su dejar de hacer, su desprecio y falta de compasión al respecto dan el mismo resultado. 

Uno podría suponer que cualquier gobernante con un mínimo de responsabilidad y sensibilidad, ante este escenario, debería asumir que atender los reclamos de los familiares de los desaparecidos debería ser su prioridad. Evidentemente no lo es así y por ello los familiares, sobre todo las mujeres, han tomado manos a la obra demostrando que con inteligencia social y con herramientas sencillas se puede localizar a las personas desaparecidas. 

Las madres han desarrollado capacidades que suponían que no tenían y han echado abajo el argumento de la falta de recursos para hacer las búsquedas de las y los desaparecidos. Por más que hacen las madres los gobernantes se niegan a proceder. 

Al actuar por cuenta propia, las madres buscadoras evidencian que los gobernantes tienen sus intereses puestos en otros temas y que el número de desaparecidos no les inmuta ni quita el sueño. Y ello abona al antagonismo social, aunque luego los gobernantes se dicen sorprendidos por las formas que adquiere la protesta social. Aunque el costo ya es muy alto, los campos de la disconformidad social, el “ellos” y el “nosotros” se van despejando. La movilización del pasado 8 de marzo nos anuncia que el miedo, el terror y el desprecio no inmoviliza del todo. 

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jl/I