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Todo sexenio cumple un ciclo que se ha repetido desde que tenemos este sistema político. Este ciclo tiene una fase de ascenso, en la que el presidente consolida su poder y su control político e intenta que en lo económico no le brinque alguna sorpresa desagradable.
Esa fase no es eterna. Regularmente llega a su cúspide a mitad del sexenio con las elecciones intermedias. Se renueva la Cámara de Diputados y eso marca el inicio del cierre. Ya no habrá grandes transformaciones, será el momento de cosechar lo sembrado y en pensar en la sucesión.
Imposible tomar decisiones difíciles en la segunda mitad del gobierno. Los presidentes prefieren tapar los problemas o esconderlos debajo de la alfombra. Siempre lo político se imponía sobre la economía. Y al final, la olla de presión nos reventaba en la cara.
Así acabó López Portillo, quien aseguraba que defendería al peso “como perro” y terminó con una crisis fiscal, devaluatoria, de deuda y una inflación descontrolada. Con De la Madrid, si bien trabajó para manejar la crisis heredada, no pudo con la mala suerte del terremoto de 1985, que le dio al traste al plan antiinflación. Terminamos 1987 con la inflación más alta en la historia del país. Y otra vez, el peso al pozo.
Salinas supo dominar la inflación y estabilizar al peso. Y con el TLCAN le dio al país su apertura comercial que ha sido clave desde entonces. Pero los desequilibrios acumulados bajo la alfombra y los continuos eventos no esperados fueron minando la confianza en México y vaciando las reservas internacionales.
Primero el alzamiento zapatista, luego el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio, las elecciones de julio, para rematar con el asesinato de Ruiz Massieu. A pesar de la confianza que se esforzaba en transmitir el presidente, para diciembre el país estaba insolvente y el tipo de cambio era insostenible. Zedillo le quitó los alfileres a la economía y ésta se derrumbó como nunca.
Desde entonces los gobiernos han buscado no abandonar el equilibrio económico. Buscando inflaciones bajas y lograr cambios de gobierno sin crisis. Eso lo vimos con Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto. El sacrificado fue siempre el crecimiento económico del que tanto se quejaba AMLO cuando era oposición.
Hoy el presidente sabe que la economía no va bien. Incluso está consciente de que ya no irá bien ni hay forma de recuperarse en lo que le queda de gobierno. Pero no hará cambios ni ajustes. Ya se le acabó el tiempo para eso. Seguirá en lo mismo y nunca aceptará haber cometido ningún error.
Afortunadamente, el tipo de cambio ya no lo controla el gobierno, por lo que podemos estar seguros de que el peso no acumula presiones que puedan estallarnos, pero las restricciones ahí están. El gobierno se está quedando pobre, con un gasto creciente y con la deuda como última alternativa para que AMLO logre cerrar su sexenio.
Ahora lo único que le importa al presidente es lo político y las elecciones de 2024. Todo lo económico, una vez más, será ocultado bajo la alfombra.
Sólo esperemos que, en esta ocasión, no tengamos otra crisis de fin de sexenio.
*Economista, profesor en la UP en Guadalajara
Twitter: @Israel_Macias
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