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Odio y luego existo

El hijo mayor del radicalismo y la polarización, inefable pareja, es el odio. 

México encarna una de las etapas más complejas de su historia. Las violencias no cesan y vivimos una etapa que me recuerda mucho a la Revolución: un cambio político emanado de razones totalmente válidas que se ha podrido en el camino y que encuentra en la discordia el camino de expresión. 

El porfiriato como el prianato dejaron una serie de carencias sociales, políticas y económicas que enfadó a buena parte de la población hasta que explotó. También tenemos caciques que recogen esos frutos para sumar atención y adeptos. 

Luego tenemos muchas tribus (religiosa, intelectual, de falsa izquierda y encapuchada derecha) circulando el país que pretenden controlar, desde su minoría, el tono del rencor. Y tenemos violencia, violencia descontrolada, física y verbal. 

Luego un gobierno injerencista, intolerante a la crítica, puntilloso en sus convicciones que no se mueve ni ante la realidad más evidente. Perfil de autócrata. 

Este combo ganador se adereza con las redes sociales, las fakenews, la posverdad y demás nociones tecnológicas nos disocian todavía más con la realidad –tanto a líderes políticos como a ciudadanos–. 

El resultado es que el odio campea en el camino del país. Daré dos ejemplos, uno local y uno nacional, para intentar comprobar tal afirmación. 

El mayor mal que padece hoy Jalisco son los desaparecidos. Son poco más de 15 mil. La mayoría de ellos involucran a la delincuencia que por diversas razones desaparece a las víctimas sin que ninguna autoridad de los tres niveles de gobierno logre parar el desaguisado. 

El gobernador ha decidido atender el problema más grave de Jalisco, negándolo. Volteando hacia otro lado, ocultando el Sol con un dedo. Se pelea con colectivos, acusa y acosa a los medios para que no informen de estos casos y permite que policías estatales borren desaparecidos. Desprecia el tema porque mina sus aspiraciones políticas. 

Algunos grupos han pegado carteles con las fichas de las personas que no encuentran en el mobiliario urbano (postes, bolardos, kioscos, paredes, etcétera). 

Este fin de semana se observó a policías estatales quitando los carteles de personas desaparecidas que son colocadas con el noble y pertinente propósito de difundir las fotos y los datos que permitan su localización. 

El hecho de que la autoridad estatal muestre tan poca sensibilidad y tanta falta de empatía hacia las víctimas y sus familiares sólo lo puedo explicar por el rencor: odio al tema y a sus chocantes consecuencias políticas. 

Le acreditan al dramaturgo Tennessee Williams la afirmación que “el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia”. 

El otro ejemplo es la virulenta reacción en contra del hijo menor del presidente. El fin de semana López Obrador presumió en sus redes un video jugando beisbol. No es la primera ni la última vez. El asunto es que aparece Jesús Ernesto en las imágenes y eso fue razón suficiente para que en redes sociales se le atacara de manera denigrante. 

No hay justificación alguna para que las “benditas” redes sociales (no todos, claro, pero sí muchos de los eufóricos troles antiAMLO) ataquen de esa manera a un menor de edad. Se muestran sin pudor como racistas o clasistas. En particular ofrecen una falta de inteligencia táctica, ya que le dan argumentos fáciles al presidente y a su grupo de seguidores para descalificar al resto de la crítica. 

Esa expresión del encono más enquistado en contra del presidente y su hijo menor es una muestra de lo descompuesto que está México. Es retrato de la violencia desquiciada de este tiempo: odio y luego existo. 

Twitter: @cabanillas75

jl/I