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Ingenuos
El abogado de Ovidio
Hace un par de semanas conversaba con un amigo, café de por medio, lo acostumbrados que estamos a juzgar a los demás desde nuestros privilegios y, a la vez, no cuestionar esas mismas bondades, porque son las que nos permiten colocarnos en un estado de mejor posición que otras personas.
Estos días, a partir de esa charla, me puse a pensar en todo aquello que poseo y que es un privilegio en este país con la intención de ponerlo en perspectiva, pues siempre resulta sencillo estar llenos de prejuicios, sin entender que todos somos en una buena medida resultados de nuestro entorno, nuestra educación, nuestra situación familiar y emocional… y que todo eso nos lleva a tomar decisiones que pueden, o no, ser entendidas por los demás.
Tengo educación universitaria. De acuerdo con la encuesta intercensal 2015 del Inegi, sólo 18.6 de cada 100 habitantes de México de 15 años y más tienen educación superior. El segmento mayor es de aquellos que sólo terminaron la secundaria (23.7 por ciento). Pero en México carecen de educación 5.8 personas de cada centenar. Sí, estudiar y terminar la formación superior es un privilegio.
Nunca he sido discriminada por mi color de piel. Pocas veces me han seguido de forma acosadora en una tienda, jamás han revisado mi bolso o mochila tras salir de un local, nunca me han visto feo por mi tatuaje ni han dudado que mi tarjeta de crédito o débito sea mía; todas estas historias las he escuchado muchas veces de personas con otro tono de piel o con algunas características como tener tatuajes visibles, perforaciones, el cabello largo (en el caso de los hombres)…
En contraste, he sido discriminada por mi peso, sobre todo en aquellos lugares de esparcimiento nocturno en los que, según como te veas, te dejaban o no entrar. Según información de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017, al agrupar las categorías tono de piel, peso o estatura, y forma de vestir o arreglo personal, que forman parte de la apariencia de las personas, se observa que más de la mitad de la población (53.8 por ciento) de 18 años y más había percibido discriminación en el último año debido a estos rasgos. Sí, tener un color de piel más claro que otros es un privilegio.
Tengo acceso a servicios privados de salud. Son tristes y muchas las historias terribles de quienes no tienen más opción que acudir a los servicios públicos de salud. Y no es porque no haya buenos médicos o profesionales, sino porque es de todos sabido que las esperas suelen ser largas y tortuosas, a veces con tratos llenos de desprecio. Ni hablar de que hay una oleada de afortunados que hablamos de atender la salud mental, como si los profesionales de estas ramas fueran baratos, porque además, son desembolsos constantes –cada una o dos semanas–, más los medicamentos requeridos. Sí, atender la salud física y emocional es un privilegio.
Tengo un empleo en el que cuento con contrato y prestaciones de ley. Sólo en dos etapas de mi vida he estado desempleada: cuando salí de la universidad tardé 7 meses en encontrar un trabajo y, después de que se acabó un proyecto independiente, pasaron otros 7 meses para volver a colocarme. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (diciembre 2019) daba cuenta de que sólo 68 personas, de cada 100 que están ocupadas, son trabajadores subordinados y remunerados ocupando una plaza o puesto de trabajo. De paso, tener empleo me hace no depender monetariamente de un tercero; esa libertad financiera, en el caso de las mujeres, nos permite tener menos posibilidad de ser víctimas de violencia económica. Sí, tener trabajo es un privilegio.
Este tipo de ventajas las damos por sentadas. No reflexionamos sobre ellas. Creemos que son fruto de nuestro esfuerzo y que, quien no las tiene o logra, es por flojo o desinteresado.
Y pues no.
Twitter: @perlavelasco
jl/I