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La herida y el expediente siguen abiertos

A 27 años del asesinato del cardenal Jesús Posadas Ocampo, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) señala: “Confiamos que la investigación, que sigue abierta, algún día se esclarezca, para que podamos seguir construyendo caminos para un México más justo y fraterno”. Para la comunidad católica de Guadalajara, constituye un monumento a la impunidad en la historia de los asuntos penales y criminales de México. 

En los testimonios que no han sido considerados hay uno de un amigo de la infancia del cardenal, que lo vio el 6 de mayo, hace 27 años, 18 días antes del crimen, y el cardenal le confió que fue a una reunión a Los Pinos y que de ahí fue sacado violentamente. El cardenal le explicó a su amigo que había sido expulsado de dicha reunión por José Córdoba Montoya, un hombre de toda la capacidad y decisión política en el sexenio del presidente Carlos Salinas de Gortari. 

En 2010 se presentó el libro Los Chacales, que relata la historia del asesinato del cardenal, ocurrido la tarde del 24 de mayo de 1993 en el Aeropuerto de Guadalajara. 

El texto escrito por Jesús Becerra Pedrote es el resultado de un análisis basado en las declaraciones recogidas durante las investigaciones del asesinato por el Ministerio Público y recopiladas en un dossier de la procuraduría mexicana. 

A continuación, presentamos algunos extractos del capítulo “La ofensa”: 

La narración relata que llegó a Los Pinos, minutos antes de la comida. La conversación versaba sobre las relaciones de México con Estados Unidos 

Uno de los comensales miró fijamente al cardenal y bajó la voz. 

–Su trabajo va a ser muy importante. 

–¡Posadas, lo necesitamos! 

–Diga usted. ¿De qué se trata? 

–Mire usted, el fenómeno del narcotráfico es como un río caudaloso y nada ni nadie lo puede parar de manera frontal. Necesitamos darle cauce. Necesitamos decir por dónde debe avanzar. Debemos procurar que provoque el menor daño. ¿Me entiende? (….) 

El cardenal prefirió no articular palabra. 

–Cardenal, la iglesia ha estado insistiendo, digamos, alborotando al pueblo. Nos parece que no se deben denunciar algunos asuntos, sin atender a estos principios de responsabilidad–, continuó con solemnidad. 

–Mire, cardenal, le pedimos que interceda en esta materia, que hable con los otros obispos para que no estén declarando. Les pedimos que no entorpezcan en esta Operación de Estado, que no hablen de manera imprudente. 

El cardenal Posadas tomó aire discretamente antes de hablar. 

–Miren, desde luego estoy de acuerdo que cuando habla uno, debe de ser prudente. En el tema del narcotráfico, la iglesia no puede callarse. Si no, el día de mañana va a resultar con un daño tremendo al pueblo, y sin control. 

–Cardenal– empezó a hablar otro político –en esta colaboración usted debe salir ganando. Recursos económicos para el impulso a sus pastorales. ¿Entiende? 

–Señores, yo no voy a dejar de denunciar el problema del narcotráfico y tampoco voy a buscar que los obispos se callen. (…) 

–¡Imbécil!–, le gritó uno, que en ese momento se puso de pie, destacando su nariz aguileña, lo ojeroso y el rostro cacarizo que mostraba odio. –¿No te das cuenta a quiénes les hablas? ¡Lárgate!–, y en ese momento descargó sobre Posadas una bofetada, luego lo llevó a la puerta y de un empujón lo sacó. 

Al salir, le pidió al sacerdote que lo acompañaba, lo llevara al centro de la ciudad.  

(…) Entró al Templo de San Francisco, frente a Sanborns Los Azulejos. Elevó algunas plegarias, buscó a un franciscano en quien confiaba, platicó con él y luego pidió el sacramento de la confesión. Al salir lo embargó la paz que necesitaba. 

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