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Aprendizajes 

Aprendimos que la realidad es incierta… 

Hay que aceptar que la realidad está compuesta de incertidumbre, de misterio y enigma, y de que la certeza es un sueño, quizás una utopía. 

Hablamos de ir ya de bajada como si tuviéramos la certeza de haber llegado a la cima; hablamos de volver pronto a nuestras vidas, pero no sabemos cuáles van a ser esas “nuestras vidas” en la nueva normalidad. 

El reto es nuestra propia incertidumbre, nuestro no saber cómo salir de verdad de esta pandemia que es vírica, psíquica, política, económica, moral, espiritual... Y no es una cuestión de ideologías, de si los de un color lo harían mejor que los de otro. Se trata de descubrir que solamente juntos y con un propósito común, el de salvar el único mundo que conocemos y nos conoce. Se trata de aliarnos con una naturaleza que sabe infinitamente más que nosotros. 

Aprendimos que somos débiles… 

Hemos aprendido durante esta cuarentena que somos débiles. Algo que ya sabíamos, pero que intentamos camuflar. Esta pandemia nos ha recordado que no somos dioses, sino que tenemos que enfrentar nuestra debilidad. Ya no hablamos del transhumanismo ni de la capacidad humana para prolongar la vida y detener la muerte, pues constatamos cómo todos nuestros esfuerzos no logran detener la espiral de la muerte creada por un virus invisible a nuestros ojos. El hombre orgullo del siglo 21 sigue siendo una criatura débil. Nos necesitamos como sociedad, porque somos más débiles de lo que pensamos. Tenemos ya la experiencia de que no somos omnipotentes ni dueños de nuestra propia vida. 

Aprendimos a mirar a la cara al dolor… 

Hay muchas reflexiones sobre los efectos positivos que toda la crisis del coronavirus puede dejar en nuestras vidas. Una de ellas es la toma de conciencia de nuestra finitud, de la enfermedad y el dolor como parte innegable del ser humano.  

El sentido del sufrimiento no tiene tanto que ver con su origen o su por qué, sino con la manera de vivirlo. Esto implica aceptar la vida por entero, sin olvidar que la gente feliz no lo es porque no sufre, sino que lo es a pesar de haber sufrido. La vida es hermosa, pero no porque sea fácil. 

No podemos impedir el dolor, pero sí podemos lograr que no nos anule como sociedad. Lo verdaderamente doloroso sería que todo esto sea inútil… que todo lo que esta vivencia ha desencadenado, como los gestos de solidaridad, la unión de fuerzas en una misma dirección, resiliencia humana, etcétera, no fuese más que humo de cuarentena. 

Como sociedad nos hemos visto zarandeados durante estas últimas semanas y nos hemos sentido más desolados que nunca. Tenemos necesidad de entender lo que está ocurriendo desde nuestra perspectiva conservadora o neoliberal, pero lo cierto es que estamos en situación límite. 

Aprendimos otra perspectiva… 

Una de las cosas que nos ha enseñado este virus es la necesidad de vernos con perspectiva. No sólo por higiene mental o para sospechar del vecino como un posible positivo, más bien para percibir nuestra vida de un modo distinto. Nos queman la impaciencia y las ganas de vivir y nos topamos con nuestros propios muros. Esto hace que reajustemos el enfoque de las cosas y veamos que lo importante es la vida, la de otros y la nuestra propia. 

Que nuestra historia es mucho más que el ahora y que la muerte puede llegar en cualquier momento, que lo único importante son las personas. Ojalá que cuando esta pandemia termine sigamos buscando nuevas perspectivas que nos hagan visualizar nuestra propia realidad. 

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