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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
No hay duda, el PRI está en el peor momento de su historia. El tristísimo partido de Alito no tiene nada que ver con aquel que encarnó e institucionalizó la Revolución Mexicana para mantenerse en el poder como partido hegemónico durante más de setenta años. El PRI de nuestros días se ha convertido en un satélite del PAN y en el hermano mayor del PRD.
Pero no siempre fue así. Los priistas de hueso colorado añorarán los tiempos en los que su partido lo era todo: Estado, gobierno, régimen, ideología, sistema de partidos, autoridad electoral, aparato de justicia y referente ético. En la órbita del Revolucionario Institucional giraba, casi en su totalidad, la vida pública, la cultura y la historia nacional, y ahí se decidían las formas, las reglas y el discurso del sexenio en turno, a veces cargado a la derecha, a veces a la izquierda.
Todo cambió con la elección presidencial de 1988 y la llegada de Carlos Salinas al poder. A partir de ese momento el PRI y el país vivían tiempos de cambio y en el año 2000 Vicente Fox les arrebató la Presidencia en lo que fue el primer ejercicio de alternancia partidista en México. Un acontecimiento histórico no tanto por el perfil del personaje que se llevó la victoria, sino por la salida del PRI de Los Pinos, síntoma inequívoco de que la democracia había llegado a nuestro país.
Pero en 2012 el PRI logró la hazaña de regresar al poder después de que Peña Nieto le ganó la elección a Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD, el PT y MC. Un año y medio después de ese triunfo la revista norteamericana Time encendió la polémica presentando en su portada una fotografía del entonces presidente de México y el título Saving Mexico. El texto que acompañaba la portada era aún más elogioso: “Cómo las radicales reformas de Peña habían cambiado la narrativa de un país marchado por el narco”. El PRI estaba en la cumbre, nuevamente.
De vuelta a la realidad y ocho años después del Saving Mexico, parece que la apuesta inmediata de las y los priistas ya no es salvar al país, sino salvar el pellejo y, después, si hay chance, al partido. Quirino Ordaz y Claudia Pavlovich lo pueden corroborar.
Así, desde el 1 de julio 2018 el PRI ha sobrevivido pasmado y noqueado. Los resultados de las más recientes elecciones locales nos dejaron ver no sólo el potencial de Morena, sino el estado real de la oposición y, en particular, del otrora partido hegemónico que a estas alturas se ha convertido en un problema moral y práctico para la alianza opositora.
Hoy el PRI no sabe lo que es ni a que juega. Ya no es el partido de las masas, ahora ese lugar lo tiene Morena. No es el partido de las clases medias, sitio garantizado para el PAN y, en cierta medida, para MC. El PRI no es de avanzada, no es ciudadano, no es liberal, no es demócrata, no es nada. El PRI de nuestros días sobrevive lejos del poder y, sobre todo, distante del discurso y los códigos de una ciudadanía que, presa de la polarización, le ha negado la entrada al partido que forjó la historia del México predemocrático durante el siglo 20 y que hoy, además de su pasado, no tiene nada que aportarle a la gente. Y que conste, no se trata solo de Alito, el PRI seguiría siendo un zombi con Alejandro Moreno o con cualquiera de los 11 ex líderes que hoy exigen su salida.
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jl/I