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Ingenuos
El abogado de Ovidio
Con mucha facilidad y frecuencia desde el poder, sin inmutarse, a pesar de las evidencias, los gobernantes categóricamente afirman que al hacer lo que hacen, al tomar sus decisiones, siempre piensan en los que menos tienen para que estos puedan anhelar una vida mejor. Así lo dicen sin importar si se autodefinen como de izquierda, derecha o centro, geometrías políticas e ideológicas que, la verdad, entre ellos han dejado de existir y, en caso de declararlas, las cambian con mucha desenvoltura, dependiendo siempre de las posibilidades de mantenerse en el poder. Hace mucho que, en México, y seguramente en el mundo, los valores esenciales en la política del poder son dos: dinero y poder. No hay otros más importantes. Y de haberlos estos se van perdiendo en el ejercicio concreto del poder.
Culminada la Revolución mexicana, en 1923 se realizó la primera elección presidencial y desde entonces, se pueden localizar este tipo de afirmaciones, declaraciones y promesas de los candidatos y futuros gobernantes para que toda la población en México viva mejor. En sentido estricto no es necesario embrollarse en un minucioso trabajo de registro y recuperación de tales dichos porque las evidencias empíricas saltan a la vista. Diversos textos han documentado que así fue a lo largo del siglo 20 y durante las dos décadas del 21, cuando ya han gobernado todos los partidos que se consideran a sí mismos como importantes, las dificultades crecientes para reproducir la vida para la mayoría de la población ponen en tela de juicio los discursos y prácticas del poder.
El lector perspicaz bien podría decir, pero si ya estamos a punto de cumplir un siglo de aquella fecha y sí, claro, algunas cosas han mejorado, pero otras necesidades se han agravado y, además han surgido otras nuevas producto de la manera específica, salvaje, como se han aplicado en México las políticas desarrollistas neoliberales.
De hecho, según la información disponible la vida se ha torcido mucho más durante el último medio siglo, periodo histórico justo cuando la tecnología producida por este sistema desplegó su mayor capacidad destructiva.
Pero volvamos al principio para decir que, desde la lógica del poder, hay una gran diferencia entre el anhelo y la realidad. Mantener el anhelo como pretenden es igual a hacer que la gente viva como pueda haciéndola suponer que pronto vendrá un cambio que les mejorara la vida y que tal cambio solo puede hacerlo la clase del poder mientras que a las personas solo les toca seguir creyendo en ellos.
Durante este siglo de promesas para alimentar los anhelos de una mejor vida, pero nunca hechos realidad, millones de personas nacieron, crecieron, trabajaron toda su vida, enfermaron, murieron y solo conocieron la pobreza y el abandono. La única libertad que tuvieron, si así se le quiere llamar, fue la de votar por quienes siguen reproduciendo este sistema.
Y de lo anterior se desprende la pregunta, ¿en realidad se puede tener una vida diferente sin cambiar el sistema? Imposible. Por ello es que el anhelo no puede convertirse en realidad y por ello mismo no debemos seguir creyendo en quienes solo siguen prometiendo que algún día resolverán; en quienes nos dicen que hay que seguir esperando porque los problemas no pueden resolverse en corto tiempo. Pero resulta que en tiempos de colapso climático no hay más tiempo que esperar.
Es mejor decirlo claramente, o cambiamos de sistema o el sistema acaba con nosotros. Incluidos sus defensores.
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jl/I