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Un México violento
Porque nos la quitaron
No hay en mi comentario de hoy ningún interés independiente de expresar el gozo que me proporcionó la lectura de este libro de Luciano Sandoval que lleva por título Esta vida es un sufrir (que no me acaba de gustar) y subtitulado Las cantinas de Guadalajara (1898-2023), el cual me parece suficiente.
Al autor apenas lo conozco, lo cual no es raro: nuestra ciudad es ya grande y además nació 36 años después que yo, aparte de ser “fiel amante de la fiesta brava” a la cual mis orígenes catalanes me impelen a detestar. Por lo mismo, dudo que él tenga noticia de mi persona.
Pero su trabajo me parece de extraordinario valor social. Las cantinas, aunque a veces no lo parezca, porque los tapatíos somos a veces muy hipócritas y sabemos “hacernos como si la virgen nos hablara” cuando se trata el tema en ciertos círculos, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestras vidas casi todos hemos estado ligados a una cantina u otra.
El suscrito, por caso se debatió durante una larga época entre La Alemana y el Lido, con preferencia en la primera… De ahí el dolor de su desaparición y lo mucho que me desilusioné cuando, al cumplir tan noble institución 100 años de vida, el empresario declinó nuestro ofrecimiento de que le hiciéramos un homenaje y celebráramos como es debido hacer su primer “cumple siglo”. Conste que el desinterés era completo. Me gustó mucho que, al final del libro, se dediquen unas cuantas páginas de recuerdo a cantinas icónicas que “ya se fueron”. Alguien dijo que, si no lo hubiera hecho, las echaríamos de menos…
Goza además de un pequeño prólogo, que debe fomentar el ánimo del comprador, con la firma de Antonio Ortuño, una de las mejores plumas jaliscienses vivitas y coleando.
Otras plumas infiltradas no solo salen sobrando, sino que incluso dañan el carácter popular del libro, aunque debemos aceptar que, sin ellas, tal vez no sería tan elegante el libro, aunque se trate de una elegancia que más bien se contrapone con el contenido.
Confieso que soy un enemigo del papel cuché que no solo encarece los libros, sino que además los vuelve pesados.
Pero todos los inconvenientes señalados se esfuman en cuanto empieza uno a leer y releer las suculentas páginas de este libro, malévolo, pues despierta el deseo de volver a más de una de las cantinas de que se habla, con la riqueza adicional de una espléndida colección de fotografías debidas a artistas de verdad.
En conjunto, me atrevo a sugerir a todo aquel que se considere tapatío que no deje de leerlo todo o en partes, pues este libro tiene la ventaja de que no obliga a seguir ningún orden para gozarlo a plenitud.
Para el caso, me atrevo a sugerir que se emprendiera una peregrinación por cada una de las cantinas a las que se hace referencia, no solo para venderlo, que también es propio, sino hasta para recoger impresiones y hechos ocurridos en tales instituciones que pudieran dar lugar a una verdadera enciclopedia de las cantinas de Guadalajara, de manera que los futuros clientes debutantes no acudieran tan desprovistos del conocimiento que tanto conviene para apreciar mejor la calidad de la melcocha.
Una pregunta final al editor, además de felicitar muy encarecidamente al autor y a los fotógrafos: ¿cómo pueden hacer valer la prohibición de reproducir esta obra, si no han cumplido con la obligación de registrarla donde corresponde y, sobre todo, obtener el famoso ISBN que justamente protege de la piratería y da lugar a que le caiga el chahuistle al infractor o pillastre que ose hacer lo indebido?
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jl/I