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Siempre mintió
El abogado de Ovidio
Se ha dado a conocer un plan gubernamental para combatir la corrupción en procesos de créditos para la vivienda popular apoyando la autoconstrucción, una nueva modalidad llamada Construyo Infonavit que se espera trabaje próximamente.
Ésta se ha interpretado como una consideración de intermediarios a arquitectos, que minan significativamente el recurso disponible, ya que plantea la entrega del recurso de forma directa al beneficiario para que éste ejecute su casa con procesos de autoproducción y autoconstrucción.
La propuesta ha provocado reacciones en el gremio, lo que evidencia, entre otras cosas, la imagen que buena parte de la sociedad e incluso algunos arquitectos tienen sobre la arquitectura. Como una accesoria de lujo cuya función es en esencia estética, innecesaria, superflua y fácilmente sustituible por personas sin formación al respecto.
Esto es errado, pero, ¿qué sucede cuando los proyectos, las normas o las casas terminadas no se adaptan a las demandas de quienes las habitarán? Lo que sucede es un problema nacional, miles de familias sin hogar y miles de casas de interés social abandonadas, una preferencia por la autoconstrucción y la autoproducción, pero que no pueden realizarse con apoyos económicos federales debido a los procesos burocráticos y condiciones requeridas.
Es aquí donde se ha puesto el dedo en el renglón, pues no puede negarse la existencia de convenios y corrupción en el flujo económico desde la fuente hasta el beneficiario, lo que reduce el número de arquitectos que pueden ser contratados de forma independiente, o familias que pueden aspirar a estos créditos y el alcance que pueden tener en su vivienda con ellos; este es el enemigo real que hay que combatir.
Ergo, ¿es acertada la propuesta gubernamental? La respuesta es parcial, y más allá de ofendernos debemos preocuparnos por nuestra reintegración a la realidad, donde más de 80 por ciento de la vivienda en México se construye sin arquitectos. ¡Nuestro gremio está en crisis!
Debemos comenzar por reconocer que la arquitectura ortodoxa se ha monopolizado en la forma y función de un estándar que no corresponde con las demandas habitables de todos los niveles socioeconómicos y culturales; que por formación se nos ha instruido como profesionales a tomar una posición jerárquica prioritaria en la construcción y ejecutar mediante una serie de pasos para elaborar un cúmulo de habitaciones combinadas en un solo partido arquitectónico que tiene, conforme a normas y leyes de construcción, las dimensiones y condiciones espaciales que garantizan una vivienda digna, sin detenerse demasiado en definir primero este concepto.
La realidad es que la vivienda popular es una arquitectura no ortodoxa, ejecutada a través de procesos de producción social del hábitat, donde hay conjunciones e interrelaciones de elementos y agentes con estímulos contextuales. Por ende, las intuiciones y tradiciones constructivas de los habitantes colocan al arquitecto como prescindible para desarrollar habitabilidad.
Mientras los arquitectos luchen en contra o por encajar en esta realidad con los paradigmas ortodoxos quedaremos estancados. Nuestro papel es potencializar el buen vivir y dar acompañamiento técnico a una familia que requiere un espacio de salvaguarda e higiene y que tenga la suficiente flexibilidad para que, como habitantes, desarrollen sus hábitos con la mayor naturalidad en una escala temporal adecuada.
La autoproducción y autoconstrucción de vivienda se convierte en una alternativa viable, sin embargo, deben verse ejemplos de éxito y colaboración habitantes-arquitectos como cooperativas, colectivos y ONG que apoyan estas dinámicas desde la organización de grupos y no desde la individualización.
Ésta es la función del arquitecto frente a la contemporaneidad, el futuro de la vivienda popular en México, estamos en una etapa de oportunidad y reto.
jl/I