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Vengándose en los impuestos
Y el sarampión avanza
Imagínate que tienes tres hijos. Además, eres casada y tu profesión es la de una profesora universitaria. Piensas que eres talentosa para escribir, pero nunca, hasta hace poco, pudiste hacerlo.
Agrégale que lo tuyo es la novela negra, ese género que, a través de los años, ha sido dominado por los hombres. Y la obra que recién hiciste es tan cruenta, tan explícita, tan ruda, que decides no darte a conocer, usar un pseudónimo, el de Carmen Mola, para que tus amigos, tu familia, tu pareja, tus colegas no cambien la percepción que tienen de tu persona, sea un fracaso o un éxito; tal vez para evitar problemas con los papás de tus estudiantes, con los directivos de la escuela en la que trabajas…
Hablas con una editora y ella, claro, te pregunta si vas a seguir escribiendo. Tú, como mamá, profesionista, esposa y mujer alejada del mundo literario, dices que no tienes una respuesta, porque no sabes si tendrás oportunidad, ya que no te dedicas a escribir.
Las editoriales dicen que incluso con ellas has mantenido tu pseudónimo y tu anonimato. Tu primera novela se publica y es un exitazo. Tú, la mujer tras el pseudónimo, sigues con tu vida de familia y profesora universitaria, porque es importante, pero continúas escribiendo y haces dos novelas más que se venden como pan caliente. Hablan de lo prodigiosa que eres, de la pluma que tienes.
Llega uno de los concursos literarios más importantes del mundo. Quien gane se lleva un millón de euros. Metes una novela con un pseudónimo de hombre. Llegas a la final. Ganas el premio. Se revela que ese hombre es en realidad una mujer, Carmen, la misma de la trilogía hitazo de novelas negras. Pero entonces llega la verdad. Esa mujer es un personaje, no sólo un pseudónimo.
Esa profesora española, casada y con tres hijos no existe. Nunca lo hizo. Quienes están detrás de Carmen son tres hombres, quienes a su vez inventaron la historia de una mujer que no se mostró por los prejuicios que podrían ocurrir en su entorno, de una mujer que no quería que la aceptación o el rechazo a sus novelas cambiaran su vida, de una mujer que no se dedicaba a escribir, que tenía una rutina con hijos y alumnos, y esposo y jefes y colegas…
Un escándalo que esta semana ha ocupado las páginas culturales.
Estos tres hombres –europeos, blancos, solventes, dedicados al mundo cultural y del espectáculo, reconocidos por trabajos previos– no sólo escribieron con un nombre ficticio, porque eso en realidad no es extraño. El asunto es que durante años se presentaron como una mujer, contestaron entrevistas como ella, dejaron que editoriales, escuelas, universidades, organismos y negocios catalogaran sus obras como imprescindibles de literatura hecha por mujeres.
Sólo como ejemplo, la librería madrileña Mujeres y Compañía, dedicada de forma exclusiva a autoras, retiró los libros escritos por Carmen; fueron concretas y lapidarias: “Mola más que los señores no lo ocupen todo”, dijeron en su Twitter, y recordaron que en 2018, cuando salió su primera novela, sólo 32 por ciento de los libros publicados en España fueron escritos por mujeres.
Durante décadas e incluso siglos las mujeres tuvieron que escribir con nombres masculinos para ser tomadas en serio, para que la gente no tuviera prejuicios al leerles, para no ser señaladas, ridiculizadas, menospreciadas, mal pagadas, ignoradas...
Mientras tanto, ellos, de todos los pseudónimos que pudieron escoger, usaron el nombre de una mujer. Y banalizaron –con su cuento de los tres hijos, el marido, las clases y el poco tiempo para escribir– las circunstancias permanentes que atravesamos las mujeres en nuestras vidas.
Ahora, tras recibir el premio y revelarse su identidad, una parte de la prensa habla de lo exitosos, brillantes, ingeniosos y extraordinarios que fueron los tres escritores detrás de Carmen, con su millón de euros en la bolsa y, seguro, con contratos en puerta para seguir escribiendo.
Como siempre.
Twitter: @perlavelasco
jl/I