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Pagando las cuentas
Mejor restar
Hoy se presenta el primer informe presidencial de la era Sheinbaum. Bajo el lema “La transformación avanza”, los promocionales dan cuenta de una perspectiva optimista sobre el informe, tanto en materia de desarrollo social (en especial educación y transferencias sociales), infraestructura, energía, medio ambiente, relaciones externas, etc. Algo que no cambia en los informes desde hace décadas es el querer transmitir optimismo y reafirmación de que “vamos por el camino correcto”, independientemente de cuál sea éste.
Ningún gobierno puede autoflagelarse. Resultaría absurdo que un gobernante se descalificara a sí mismo, planteando que lo que ha hecho es incorrecto. Sin embargo, los informes, en lo que corresponde a los discursos presidenciales que se presentan verbalmente, no son lo que deberían de ser. El informe no está establecido para validar lo bueno o malo que son las acciones de un gobernante, sino para dar cuenta del estado que guarda la nación.
Pueden hacerse muchísimas cosas buenas sin que el país esté necesariamente mejor. Es válido que se resalte lo que a consideración del gobierno se está haciendo bien, pero la complejidad del país y las propias deficiencias y contradicciones de cualquier gobierno implican que también hay malas decisiones o implementación de las mismas. Además, más allá de las decisiones federales, las hay de otros agentes económicos y actores sociales y políticos, que también inciden (positiva o negativamente) sobre nuestra situación. Hay fenómenos supranacionales que nos afectan significativamente: políticas de otros gobiernos (Trump), redes delictivas, agotamiento de riquezas naturales, guerras, el genocidio en Gaza, etc. Nuestra sociedad merecería un balance que diera cuenta no sólo de logros y buenas decisiones, sino también de amenazas y retos, así como de un reconocimiento de lo que no se haya hecho correctamente (por parte de quien sea) y la manera de corregirlo.
El cúmulo de documentos escritos que constituyen auténticamente el informe y deben ser analizados con funcionarios por el Congreso (la glosa), es en donde se puede dar cuenta de cómo estamos. Convendrá darle seguimiento a lo que se presente y no sólo a los espectáculos de lucha libre entre dirigentes políticos.
En todo caso, es cierto que la inflación ya está en los niveles objetivo de entre 3 y 4 por ciento anual, que la pobreza se reduce y aumenta el poder adquisitivo del salario mínimo, y el impacto social de las transferencias sociales. ¡Qué bueno! Pero también es cierto que el crecimiento es menor que el de la población, implicando un deterioro del PIB per cápita; el peso económico del Estado es extremadamente bajo comparado internacionalmente, quedando pocos recursos para inversión pública autofinanciada, para mejorar la atención a la salud, la educación, la investigación científica o el medio ambiente (si queremos un sistema de salud como el de Dinamarca, habría que cobrar impuestos a grandes empresas y mil-millonarios, como en Dinamarca); hay enormes problemas de violencia, de eficiencia, grandes riesgos frente al contexto internacional, especialmente ante Estados Unidos.
Sería valiosísimo un informe que impulsara la crítica y el debate constructivos, para –como decía San Agustín- cambiar lo que pueda cambiarse, aceptar lo que no pueda cambiarse y conocimiento para distinguir lo uno de lo otro.
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jl/I