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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
Una parte de la educación paterna era entendida como un conjunto de lecciones de vida que incluían el respeto a los demás, la cortesía, los buenos modales y el civismo y, entre éstas estaba hacernos entender el valor del dinero y lo que cuesta ganarlo.
Así fue como, cuando entré a la secundaria, allá por mediados de los años sesenta, mi papá comenzó a llevarme a trabajar con él por las tardes a la revista de América, propiedad de mi tío, donde él trabajaba una parte del día.
Además de ayudarle a revisar algunos textos –les corregía errores de dedo, espacios faltantes, etc.– antes de enviarlos a la imprenta, era uno de los mensajeros de la oficina encargado, entre otras cosas, de ir por los refrescos y las tortas cuando se ofrecía.
Acudía a la oficina un par de horas los lunes, miércoles y viernes más la mañana de los sábados y por ello recibía 100 pesotes de los de aquellos tiempos, equivalentes a 8 dólares y me traían a las carreras. Tenía que caminar mucho, transportarme en camiones urbanos –de 30 centavos los trompudos y de 40 los chatos–, todo esto para llevar y traer sobres, documentos, tipografías, ejemplares de la revista, hacer depósitos o cambiar cheques en bancos y un sinfín de actividades más por el estilo.
Ganar dinero requiere esfuerzo, sin duda. Y con esa estrategia mi papá consiguió demostrar su punto: hay que estudiar pera conseguir un mejor empleo.
Durante un par de años trabajé cerca de mi amigo el profe Dávila mientras fue dirigente de los maestros. Él insistía en que la educación es un medio seguro de movilidad social, lo que representa que mediante el estudio las personas pueden avanzar hacia otros niveles socioeconómicos.
Escalar los niveles sociales representa alcanzar mejores puestos e ingresos, pues, con estudios hay mayores responsabilidades y con ellas los salarios son más altos. Lamentablemente en nuestro país hay muchos que no estudian, ya sea por falta de oportunidad o porque no quieren hacerlo.
Hay muchos que sólo estudian por cumplir y al terminar sus carreras no piensan sino en trabajar. Pero hay otros que no quieren parar, pues tienen hambre por saber y no se conforman sólo con la carrera, entonces se esfuerzan siguen: una segunda carrera, una maestría y luego otra o un doctorado, y así acumulan muchos años de estudios que los llevan a la cumbre.
Todo esto sucede en el ámbito del Poder Judicial. Muchos de quienes han dedicado sus vidas a la impartición de justicia no lo han hecho por ganar mucho dinero, sino por vocación, aprendizaje y por alcanzar mayores alturas profesionales.
Ya en la cúspide de sus profesiones, con todo ese conocimiento y la experiencia que van acumulando por el camino, logran los más altos puestos y los mejores salarios en sus ramos. Y, hay que decirlo, con todos los merecimientos.
Es por eso, también, que no debe aprobarse la reforma en los términos en que está.
Así sea.
X: @benortega
jl/I