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Supongamos que le toca

Supongamos que existe un funcionario público que ha trascendido administraciones, colores, malos resultados y que, aun así, puede seguir muy orondo en su cargo, porque la suerte en política es así: a veces te toca, pero a él nunca le toca.

Supongamos, por ejemplo, que le toca cuidar a los usuarios del transporte público para que no sean robados mientras viajan apretujados en cualquiera de las líneas de Macrobús o del Tren Ligero, donde se ha podido documentar la red de carteristas y robacelulares que se aprovechan de quienes van a trabajar o estudiar.

Supongamos que a ese funcionario le toca mejorar el servicio. Que, en vez de desaparecer rutas de camión, las multiplica. Que las nombra correctamente, las hace entendibles y útiles para que algún día, quienes usan coche, tengan razones reales para dejarlo en casa.

Supongamos que ese funcionario se interesa en las personas más vulnerables, por ejemplo, las que viven en Valle de los Molinos, en Chulavista, en Tonalá o en El Salto. Y cada jornada laboral le dedica tiempo y energía de su vida para que esos usuarios tomen un solo camión que los deje sanos y salvos en su destino.

Supongamos que ese funcionario es un activista de la movilidad y se enoje cuando los plazos de la entrega de la línea 4 del tren no se cumplan. Que lance enérgicos comunicados para burlarse de sí mismo cada que se diga el proyecto de línea 5 del Tren Ligero en realidad será un macrobús.

Que reniegue de los taxistas que le quieren ver la cara a los usuarios en el aeropuerto o la central nueva. Que lance operativos para poner en cintura a todas las empresas de transporte pirata que ponen en riesgo a quienes las utilizan.

Supongamos que no usa la billetera de los subsidios, casi mil millones de pesos en 2024, para chiquear a los empresarios que son amigos del gobernante. Supongamos que es sensato y honesto. Y que no hace política con el dinero de las personas.

Supongamos entonces que le importa un poquito su trabajo, y por eso no pide licencia cada tres o seis años, para irse a pegar calcomanías en las calles o para jugarle a la guerra sucia en las campañas electorales.

Supongamos que, como responsable del transporte, ve a MiBici como una pieza clave de la movilidad. Que empuje con toda su fuerza institucional la expansión del servicio, más allá de las colonias Chapalita o la Americana.

Supongamos que le toca cumplir con la nueva Ley de Movilidad. Que después de más de una década en el cargo, ya debería haber regularizado a los mototaxis y mejorado su servicio, ese que, aunque precario y riesgoso, es vital en las periferias.

Supongamos que le importa la vida de las personas. Y en un arrebato de indignación y congruencia, pida su renuncia. Y admita que no hizo gran cosa por evitar las 173 muertes donde el transporte público participó en el sexenio pasado.

¿Y si un día no suponemos?

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jl/I