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A Toda Máquina: cómo perder en lo simbólico

Lo simbólico está presente en la comunicación humana. Es consustancial a la interacción entre las personas. Las relaciones comunicacionales del ser humano están en buena parte definidas por los símbolos, que trascienden lo racional y navegan en los océanos de las emociones y las subjetividades. También lo simbólico es un elemento central en la comunicación política. Lo simbólico, entendido como la representación que el ser humano construye a través de símbolos para comprender, interpretar y actuar en su realidad, y para comunicarse con sus semejantes, es parte de la riqueza del lenguaje.

Lo simbólico permite a los ciudadanos, en el terreno de lo subjetivo, evaluar y formarse una idea o imagen de cómo se gobierna en determinado momento o periodo. Sucede, por ejemplo, con las acciones de gobierno que marcan a los grupos gobernantes, en especial aquéllas que pueden marcar diferencias en los modos de conducir pueblos o imprimir un sello político especial.

Si lo referimos a la administración de Enrique Alfaro Ramírez, un punto central y simbólico es cómo arrancó al frente de Jalisco. Y dentro de ese inicio, un lugar especial corresponde a cómo gestionó los recursos presupuestales en un contexto en que la población está harta de los malos manejos, favoritismos y corruptelas. De ahí que una buena señal esperada era que, de entrada, pusiera un hasta aquí a los engaños y abusos cometidos con anterioridad.

Una de sus primeras oportunidades, notable por los recursos en juego, son las licitaciones. Y la posibilidad se presentó con el programa A Toda Máquina. La magnitud del monto a licitar, superior a los 3 mil 500 millones de pesos, el más cuantioso en ese momento, exigía un manejo transparente, escrupuloso, lejano de cualquier sospecha de la mínima irregularidad. En esa lógica, pudo enviar un mensaje político-simbólico más allá de las palabras. El marco político era ideal para proceder, pues comenzaba su gobierno, los recursos en disputa eran considerables, venía precedido de promesas de honestidad y era obligatorio poner ejemplos que delinearan un camino de cambios, entre otros en las licitaciones, dadas a las transas abiertas o disimuladas.

Pero no fue así. Por descuido, negligencia, indiferencia, solapamiento o bien de manera premeditada, como se advierte lo fue, sucedió lo contrario. El programa A Toda Máquina se convirtió en símbolo de lo que no se debe hacer en el arranque de un gobierno que prometió algo distinto. A las primeras noticias de que el programa sumaba un cúmulo de irregularidades, la respuesta abrupta, sin aceptar ni la más pequeña falla, fue negar y descalificar las evidencias. Algo así como “lo que no veo o no quiero ver, no existe”.

La imagen del juego de basquetbol en Los Ángeles, donde aparecen como espectadores el gobernador y sus acompañantes, entre ellos el empresario ganador del programa A Toda Máquina, es altamente simbólica. Si bien la escena puede abordarse o justificarse de manera racional y de distintas maneras, eso se vino abajo ante la fuerza simbólica ahí plasmada. Las interpretaciones objetivas se vinieron abajo ante las interpretaciones subjetivas. A la par, el sólido trabajo de la periodista Sonia Serrano develó el gato encerrado de esa licitación. La suma de las evidencias del trabajo periodístico y lo simbólico es poderoso. Intentar tapar el pozo vía la Contraloría estatal ha sido insuficiente y tardío. En Jalisco y en México se cumplen normas para dar cara de legalidad a decisiones que, vistas con lupa y ojos críticos, encubren anomalías acumuladas. Es por ello que, apenas comenzó la administración estatal, Alfaro perdió credibilidad en el campo de lo simbólico y la cuestionable licitación.

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JJ/I