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¡Ánimas no!
Mejor restar
¿Con base en qué criterios se puede evaluar un debate político entre candidatos a cualquier cargo? ¿Qué metodología puede utilizarse para el análisis o para ponderar que un aspirante puede considerarse ganador? Al menos ambas preguntas surgen luego de los “debates” entre los(as) candidatos(as) a la gubernatura de Jalisco y a la Presidencia de la República. Los contendientes se declararon, a sí mismos, triunfadores; sus partidos políticos o coaliciones levantaron el brazo a su respectivo aspirante; analistas políticos favorecieron a unas u otros; medios informativos alineados o simpatizantes editorializaron cargados a tal o cual candidato; y militantes casi alzan en hombros a sus abanderados. Los “debates” y “posdebates” los convierten en actos de propaganda.
Cuando no hay claridad sobre qué son los debates políticos, su trascendencia, las reglas acordadas y sus límites, el contexto y antecedentes, los organizadores y moderadores y participantes, y una metodología para evaluarlos, quienes atestiguan dan por ganador al afín o al que les simpatiza. Sin criterios, en el terreno de la subjetividad cada quien ve lo que quiere ver. Sin menospreciarla, pesa más la emoción que la razón. Cada quien confirma sus modos de percibir la realidad política, sustentada o no en evidencias.
En los debates por la gubernatura de Jalisco y por la Presidencia de la República todos los contendientes se declararon vencedores sin fundamentarlo, con indicadores precisos. Una buena metodología distinguiría las evidencias y hechos de la interpretación de las evidencias y los hechos. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, diría Perogrullo. En este terreno los partidos políticos, los candidatos y los gobernantes, unos más y otros menos, se pierden, se creen sus propias mentiras. Igualan sus ilusiones con sus percepciones. Sus deseos los equiparan a verdades. Edifican castillos en el aire. Hasta que, en muchas ocasiones, se topan con esa realidad que se niegan a reconocer y analizar para, sin venda alguna, tomar decisiones adecuadas.
Sin asidero metodológico, las percepciones sobre los debates políticos son actos de fe de los que quieren convencernos los candidatos, partidos y en general la clase política. No les importan las evidencias que desdicen lo que afirman, ni que pierdan credibilidad; aunque la confianza se vaya al caño. Falsear una realidad, pese a que la información verificable diga otra cosa, es una de las características de la clase política. De ahí que los políticos tradicionales tengan ganada fama de ser falsarios.
Son diversos los indicadores a revisar en un debate. Solo en cuanto a los contenidos que comunican los candidatos, se pueden identificar las propuestas, el tiempo que les dedican, los énfasis en sus tonos, las comparaciones con gobiernos de opositores, las pifias que cometen, sus fuentes o evidencias cuando acusan, los ejes de su discurso, etcétera. El espectro por analizar es tan amplio como se desee. Las preguntas son ¿qué se desea valorar, con qué objetivos y puntajes?
Medios informativos, empresas consultoras y universidades pueden contribuir a que los debates políticos sean analizados desde perspectivas metodológicas que favorezcan que los electores accedan a información precisa, veraz, clara y amplia para decidir su votación. Hasta ahora, candidatos y partidos manipulan sus “evaluaciones” de los debates, en demérito de los ciudadanos que desean ejercer sufragios razonados.
X: @SergioRenedDios
jl/I