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Hijas e hijos de los desaparecidos

Los niños concentran el dolor que se prolonga por la ausencia de sus familiares.

Rosa M. Verdejo, psicóloga chilena

La primera vez que escuché un testimonio de un joven buscando a sus padres desaparecidos fue en un foro realizado en 1997 en la Habana; originario de Argentina, había recuperado su identidad luego del trabajo de búsqueda de los nietos apropiados por la dictadura que realizan Abuelas y Madres de Plaza de Mayo; contó que durante toda su vida se sintió fuera de lugar, como si algo hiciera falta, que por las noches despertaba sobresaltado sin explicación; luego se enteraría que había nacido mientras su madre estaba detenida en un centro clandestino. En la narración concluía lo difícil que resultó saber el destino de sus padres, pero que de algún modo, por primera vez tenía una respuesta a la sensación de vacío que había tenido toda su vida y estaba dispuesto a seguir luchando por la verdad y justicia.

Tiempo después tuve contacto con la agrupación H.I.J.O.S  (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) en su representación de Mexico, cuya organización lucha por la verdad, la identidad y descubrir el paradero de hermanos, padres y familiares desaparecidos y apropiados entre los 60 y 70 en Latinoamérica. Desde esa mirada, la lucha de los hijos de las victimas de desaparición forzada y desaparición de personas tenía como contexto la terrible carga de las dictaduras y operaciones como la llamada “Cóndor” concebida como estrategia imperialista de exterminio a los lideres de izquierda, dirigentes estudiantiles y disidencia política.

En Mexico conocí, a través de colectivos como Eureka, a nivel nacional, y Rodolfo Reyes Crespo, en Jalisco, la exigencia de crear una Comisión de Verdad para saber el destino de las y los desaparecidos en el marco de la llamada “guerra sucia”; que hay hijos e hijas buscando a sus madres y padres, desaparecidos por sus posiciones políticas; pero ahora, el drama de la desaparición de personas sobrepasó lo inimaginable: se habla de más de 45 mil desaparecidos a nivel nacional, cerca de 8 mil en Jalisco. Hoy cualquiera puede ser un desaparecido y no hay una explicación clara sobre las causas, la verdad está ausente y la justicia no existe, mucho menos la protección y atención que debe darse a las familias afectadas, especialmente a los niños.

En el informe de FUNDAR, Yo sólo quería que amaneciera, se describe el  impacto psicosocial de los hijos, hijas, hermanos y sobrinos de los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos en 2014; los niños tuvieron cambios en su conducta, bajo rendimiento escolar, al igual que sus familias experimentan la ausencia con incertidumbre, pues no se concibe la pérdida como definitiva: “A veces sueño con mi papá, que es mi cumpleaños, no me lo esperaba, yo estaba pero no estaba festejando, él llegó y me desperté, estaba lleno de tierra”, narra  la  hija de uno de los normalistas.

En Guadalajara, la manifestación afuera de Casa Jalisco, realizada en mayo de este año, fue muy especial: las niñas y niños, hijos de los desaparecidos, reclamaban con vehemencia la aparición de sus familiares; y era imposible no sentir el dolor por el que pasan las familias al ver a niños tan pequeños exigiendo con sus voces y pancartas el regreso con bien de sus seres queridos, ante la indiferencia de las autoridades estatales.

Si bien a nivel federal hay una estrategia en marcha y acciones para la búsqueda, aún hace falta priorizar el interés superior de la niñez y otorgar acompañamiento integral, especializado, oportuno.

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