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La interacción humana, junto con el hecho de que cada quien actúa desde su propia perspectiva, propicia que, en ocasiones, causemos daño a otras personas, lo recibamos o nos lo provoquemos mutuamente. El daño causado puede ser intencional o no, pero de cualquier manera afecta y provoca una ruptura en la relación entre las personas, aunque no se conozcan entre sí.
En ocasiones el daño es tan leve que la persona afectada lo deja pasar sin más. Sin embargo, hay ocasiones en que el daño es tan considerable que no puede dejarse pasar así nomás, por lo que se hace necesario llevar a cabo un proceso de reconciliación, mismo que requiere algún acto de restauración por parte de quien provocó dicho daño.
Dependiendo del tipo de daño sufrido, habrá quien considere que con que se le retribuya el costo de la pérdida que sufrió es más que suficiente, aunque la otra persona no muestre ningún arrepentimiento por lo que hizo. En otras ocasiones, el pago puede resultar insuficiente, pues la persona experimentó un menoscabo en su propia dignidad, que sólo puede compensarse con una disculpa.
Ahora bien, hay ocasiones en que el daño es totalmente irreparable, porque no hay manera de dejar las cosas como estaban, además de que no es posible borrar el sufrimiento causado. En esas ocasiones, sólo una disculpa sincera, proveniente de alguien que reconoce su responsabilidad, y por lo tanto asume que su conducta fue indigna, permite restaurar el tejido que nos une con las demás personas, especialmente si ofrece un cambio en su manera de actuar que le impida volver a causar ese mismo tipo de daño.
Debido a ello, quienes se niegan a solicitar u otorgar el perdón se encapsulan en su rencor, que les aísla del resto de la humanidad y, cuando ese aislamiento comienza a generalizarse, la violencia se vuelve la manera cotidiana de resolver los problemas con otras personas.
El rencor acumulado suele ser la causa de muchos de nuestros problemas sociales y de nuestro estancamiento como nación. Ésa es la razón por la que en lugares que han vivido conflictos sumamente intensos sea necesaria la realización de actos de reconciliación nacional que permitan reconstituir la confianza entre las personas y poder seguir adelante.
El perdón libera las energías enquistadas por el sufrimiento y el rencor, y permite que se utilicen para construir algo nuevo, de manera que las personas puedan reconstruir su proyecto de vida. Por eso es perfectamente comprensible que solicitar perdón sea una medida de reparación del daño, prevista incluso por las leyes, porque en el acto del perdón entramos en contacto con uno de los niveles de humanidad más profundos.
En ese sentido, me queda clara la necesidad de que recientemente la Comisión Estatal de Derechos Humanos Jalisco le haya recomendado al gobernador Enrique Alfaro que públicamente solicitara el perdón de las personas ofendidas por el caso de los cadáveres de personas sin identificar que se almacenaron en las cajas de tráileres en condiciones que atentaban gravemente contra la dignidad humana.
La confianza de una parte de la ciudadanía, la ofendida por el pésimo trato dado a esos cadáveres por parte de sus autoridades, quedó dañada y, por lo tanto, lo más sano es que quien encabeza a la institución responsable, el gobierno del estado de Jalisco, pida disculpas a nombre de la propia institución y presente las acciones que llevará a cabo para evitar que algo así se repita. En eso consiste la rendición de cuentas y hacerlo así demostrará que sí existe la voluntad de propiciar una nueva forma de relación entre la población y su gobierno.
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@albayardo
JJ/I