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¿Quién gana y quién pierde con la pandemia? (I)

Este fin de semana en Jalisco estaríamos cumpliendo alrededor de 80 días en confinamiento. Ochenta días en que, de golpe y porrazo, sin previo aviso, sin preparación para ello, la vida cotidiana se nos alteró radicalmente, cuando suponíamos que para que esto sucediera tendríamos que haber hecho una especie de revolución social. Pues no fue así. Bastó que un minúsculo y desconocido virus, a la velocidad de los flujos turísticos y comerciales mundiales, empezara a recorrer el mundo dejando una estela de muerte a su paso y mandó parar de facto lo que el sistema define como sus actividades sustantivas. 

Bueno, pero en realidad el sistema no se paralizó del todo. Lo que estamos viendo es que, más bien, rápidamente y como suelen hacerlo los capitalistas, encontraron manera de seguir acumulando capital, aprovechando la mayor crisis sanitaria que haya enfrentado el mundo. 

¿Todos perdemos y estamos en riesgo de ser contagiados y en el peor de los casos, morir por Covid-19? En general sí, pero, por supuesto, como suele suceder en un mundo y un sistema productor de desigualdades, corren mayores riesgos todos aquellos que, aunque quisieran no pueden acatar la instrucción imperativa convertida en política sanitaria del ¡quédate en casa!  

Un compañero sindicalista del sector salud de la Ciudad de México, cuando empezaba el confinamiento me dijo que deberíamos estar preparados porque cerca de 70 por ciento de los mexicanos terminaríamos contagiados, que moriría mucha gente y que al final ni siquiera sabríamos a ciencia cierta cuántos fallecieron. Curioso, le dije, esa cifra es similar a la de la población que sobrevive realizando actividades informales o precarias, para utilizar el eufemismo de moda. 

Pronto quedaría claro que este virus no tenía preferencia por personas de clase alta, como se decía al principio. Los virus, como cualquier otro vector tienen mayores oportunidades de hospedarse, como dicen los médicos, en organismos con sistemas inmunológicos debilitados o vulnerables. Y estos normalmente son los pobres que no gozan de buena alimentación y, sobre todo, los que habitan en territorios urbanos insalubres de las grandes conurbaciones donde nos hacinamos millones de personas, hacemos gala de consumo y desperdicio de energías fósiles y producimos nocividades que de por sí nos ponen en condiciones de vulnerabilidad. 

En decir, como en otras pandemias, están siendo los pobres, en tanto que no pueden quedarse en casa, quienes ya están perdiendo, pero ahora su disyuntiva es peor: o sumirse en la pobreza al perder el empleo si lo tuvieran o correr el riesgo de contagiarse y ponerse frente a la posibilidad de la muerte y convertirse en fuente de contagio. 

Y antes que regañarlos o tildarlos de irresponsables, como suelen hacerlo algunos gobernantes, habría que reconocerles y agradecerles que al no quedarse en casa están haciendo posible que, por ejemplo, esta ciudad siga funcionando y que a nuestros hogares sigan llegando los alimentos necesarios; que se recoja la basura que seguimos produciendo en iguales o mayores cantidades; que nos surtan el gas que seguimos consumiendo; que el transporte público siga funcionando, etc. 

Entonces habría que reconocer que a la par que las enfermeras, los médicos y todos los trabajadores de la salud desde los hospitales, quienes por necesidad no pueden quedarse en casa también están en la primera línea de combate. 

El espacio no ajustó para hablar de quienes están ganando con la pandemia. Lo abordaré en la siguiente colaboración. 

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jl/I