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El fantasma del autoritarismo

En la historia de México hemos tenido tres tipos de autoritarismos: en primer lugar, los personales, como el del general Santa Anna, del general Porfirio Díaz o el de Plutarco Elías Calles. En segundo lugar están los autoritarismos de partido político, cuando por muchísimos años un solo partido se adueñó del país de manera ininterrumpida y por último están los autoritarismos “a trasmano”, cuando un ex presidente se empeña en seguir manejando los destinos de la nación por medio del mandatario en turno. 

El problema que vemos hoy, en el proceso electoral actual, es que el dinosaurio no se fue en 2018, sólo se transmutó, sigue con nosotros. Los autoritarismos tienen como primera consecuencia hacer pasiva a la sociedad, ya que las dictaduras desalientan el compromiso y la participación del ciudadano porque a fin de cuentas solamente el dictador sabe lo que ha de hacerse y sólo él puede hacerlo. 

El daño mayor del autoritarismo con apariencia de democracia es que acaba corrompiendo a la sociedad. El que gobierna autoritariamente sabe que conservar el poder requiere beneficiar a algunos, sobornar a otros, chantajear, amenazar, pues mantener la apariencia de democracia exige involucrar a muchas personas en acciones antidemocráticas; ofrecer dinero en efectivo por votos o ayudas sociales; establecer pactos secretos, ofrecer protección, llevar las despensas, los materiales para construcción, los bonos y las tarjetas; siempre son muchos los que deben participar en la escalada de corrupción que los gobernantes autoritarios necesitan. 

La actividad democrática en el país se ha reducido a la mera participación del voto en los procesos electorales, y no hay seguimiento a las acciones de quienes ejercen el poder. La difusión pública de los escándalos de corrupción y la ausencia de vías para sancionar a los corruptos en el actual gobierno federal, acrecienta la percepción de impunidad y entonces la ciudadanía queda solo como un espectador. 

Para que prevalezca un gobierno autoritario se necesita un determinado tipo de sociedad infantil, inmadura, que no puede vivir de otra manera, una sociedad que no logra asumir su responsabilidad en la construcción de su propio destino. 

Los ciudadanos comprometidos saben que la democracia no se agota en el proceso electoral. Los que profesan una fe, sus creencias los comprometen a colaborar en el bien del país emitiendo su voto libre, secreto, personal e informado. 

La participación ciudadana debe asegurar una construcción plural sobre valores fundamentales y proteger su institucionalidad, afrontando con claridad y determinación la colonización ideológica de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano. 

Sin duda, hemos aprendido que los gobiernos autoritarios tanto de izquierda como de derecha promueven el fraude electoral en sus diversas dimensiones, y se puede dar antes, en y después del proceso electoral. 

El deceso de las democracias electorales se fragua con la compra de votos, con estrategias como tarjeta salario rosa, con la vía de los programas sociales como Prospera, Sin Hambre, Adulto Mayor y un largo etcétera. En otras palabras, el intercambio de bienes materiales por apoyo electoral. También se utilizan estrategias para crear miedo, y ha resucitado el fraude patriótico, para controlar ciudadanos, candidatos y autoridades electorales. 

Los ciudadanos comprometidos con la democracia no pueden seguir dejando en manos de otros su destino y su capacidad de participación. México necesita ser gobernado por personas íntegras, honestas, dignas, competentes, capaces de vencer la corrupción y la violencia, que se preocupen por la salvaguarda de la casa común que es nuestro país. 

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