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Por Ingrid, por todas 

Parafraseando a la periodista Daniela Pastrana en su texto Mujeres ante la guerra diría que la violencia trastoca, rompe, descoloca. El atroz crimen de la joven Ingrid Escamilla es uno de esos graves acontecimientos que debieran sacudir la conciencia social, que debiera paralizar al país entero para exigir justicia, para reclamar políticas públicas efectivas de prevención; para señalar que las nuevas generaciones de mexicanos y mexicanas deben ser educados teniendo como eje central el respeto, la inclusión, la cultura de paz, para que todas las niñas, jóvenes y mujeres puedan regresar a salvo a casa. 

Cuesta trabajo pensar que en un país donde cada día se asesina a 10 mujeres, que uno de cada 10 feminicidios es contra niñas (Red Por los Derechos de la Infancia en México, 2019), aún no exista conciencia social plena de la gravedad del problema; que todavía existan personas que cuestionan a las víctimas o las criminalizan, que fomentan el morbo y el horror al compartir imágenes de un cuerpo lastimado sin el mínimo sentido de respeto, de humanidad. 

Cuando se afirma que la violencia contra las mujeres es estructural y sistémica, se refiere precisamente a esa condición social que lleva a la indiferencia, a la impunidad, a la corrupción; a que sigan los feminicidios a la alza y no pase nada; a pensar en los cuerpos de las mujeres como desechables, como sujetos de apropiación. 

Aún es un mundo que funciona desde instituciones, leyes y procesos sociales patriarcales, a pesar de que las mujeres con su fuerza de trabajo –la mayoría de las veces precarizado o sin remuneración– contribuyen a sostener el sistema de apropiación desigual de la riqueza en el que vivimos. A la violencia sistémica y económica se cruzan o interseccionan las violencias estructurales, política, laboral, cultural y se llega a las más cercanas: la psicológica y la violencia directa en su expresión más grave que es privar de la vida por razón de género. 

El feminicidio de la joven Ingrid Escamilla indigna por la crueldad con que se cometió, por la filtración de las imágenes en redes, porque ya había una denuncia anterior contra el agresor, porque al parecer se hizo delante de un niño que presenció el crimen; pero la situación no es excepcional, de acuerdo con Inegi (2018) de las mujeres que han enfrentado violencia por parte de esposo o novio a lo largo de su relación, en 64 por ciento de los casos se trata de violencia severa y muy severa; la misma institución estima que anualmente cada mujer perdió 30 días de trabajo a causa de la violencia por parte de su pareja. En ese informe se señala que 59.4 por ciento de las mujeres separadas, divorciadas o viudas declaró que a lo largo de su última unión o matrimonio fueron agredidas de diferentes formas y que entre las solteras la violencia emocional (34.3 por ciento) está muy cercana a la que han vivido las mujeres casadas o en unión libre (37.5). 

La condición social que normaliza y reproduce la violencia debe ser fuertemente cuestionada es esperanzador cuando en redes sociales se llama a nombrar a #IngridEscamilla añadiendo una bella imagen para impedir que la viralización del horror que arrebata la dignidad de quien ya no puede defenderse se haga presente. Pero aún falta sensibilizar y hablar sobre esta tragedia que se ha vuelto cotidiana, porque todas las mujeres tenemos el derecho a vivir una vida libre de violencia, por respeto a Ingrid y todas las que han sido víctimas de feminicidio; por sororidad con sus familias, debemos alzar la voz cada una de nosotras, desde el espacio profesional, de militancia o el ámbito familiar para exigir que no haya ninguna mujer abusada, desaparecida o asesinada. 

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