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No contagiarnos y no contagiar

Iniciamos este siglo con la esperanza de que la comunicación global y la evolución de la tecnología nos permitiría cumplir los objetivos de desarrollo sostenible, soñando que esta época sería mucho más igualitaria, más justa, con una sociedad más pacífica. Un mundo sin guerras, sin hambre, sin ignorancia, sin discriminación, sin desigualdad, sin violencia. Donde los excesos y abusos del siglo 20 quedarían definitivamente eliminados.

Gracias a la comunicación, nunca habíamos estado tan cerca como ahora, ni más informados de lo que sucede en cada parte del mundo. El contagio ha revelado nuestra cercanía, pero también ha mostrado nuestras debilidades, pues la crisis que estamos viviendo nos muestra que el sistema económico mundial no está preparado para derrotar este enemigo que compartimos.

Hoy somos más conscientes de nuestra vulnerabilidad como sociedad global. Los contagios son más peligrosos, porque la economía de la salud no está diseñada para cuidar a todos, y el egoísmo inexorable del sistema financiero puede acarrear muchas más tragedias por la caída de la producción, de las inversiones y de las expectativas de negocio.

El gobierno existe para liderar en tiempos de tormenta, y eso significa convocar a la unidad, a la confianza y eficacia en la acción pública. Es necesaria una estrategia que aglutine al gobierno nacional y al estatal, a las organizaciones de la sociedad civil y a las asociaciones empresariales.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) argumenta que la estrategia de México bautizada como “distanciamiento social” no frenará la propagación del coronavirus, que está imponiendo una cuota cada vez más alta de muertes en todo el planeta. “No hemos visto una escalada urgente en las pruebas, en el aislamiento y el rastreo de contactos, que es la columna vertebral de la respuesta al coronavirus”.

En este contexto, es muy relevante la decisión del gobierno del estado de Jalisco de hacer pruebas masivas para la detección de coronavirus, para generar una política preventiva y una política de identificación temprana.

Las cifras de China indican que fallecieron cerca de 15 por ciento de los pacientes confirmados de más de 80 años; 8 por ciento de los que están en sus años 70; 3.6 por ciento en los años 60; 1.3 por ciento en los años 50; 0.4 por ciento en los 40 y 0.2 los de 10 a 39 años.

Los analistas y sociólogos establecen que, ante esta pandemia, el número de pobres en América Latina subiría de 185 a 220 millones de personas y la pobreza extrema podría aumentar de 67.4 a 90 millones.

Lo que podemos hacer en este momento los ciudadanos es todo lo que esté a nuestro alcance para no contagiarnos y no contagiar a otros, y poder detener el avance del virus. Está también en todos nosotros en hacer nuestra parte.

Aprender a ser solidarios y sensatos para impedir que otras tragedias nos atropellen, para escuchar a los expertos y no creer que la pura voluntad política de quien detenta el poder, sin ciudadanos, es la solución.

Sabemos que no hay nada más difícil que cobrar consciencia. Las virtudes de esta lección de la pandemia vendrán cuando despertemos a una nueva realidad cuyos efectos durarán por décadas.

Es momento de colaborar, de contribuir, de cuidarse a sí mismos, de cuidar a los demás y de cultivar la esperanza. Nos toca elegir entre solidaridad o desunión. Debemos ganar la guerra contra la catástrofe. Como sociedad y como comunidad enfrentamos algo que nos marcará por años. Es tiempo de unión entre aliados y adversarios. No es momento de egos. Es la hora de todos, es la hora de la solidaridad.

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