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En la misma tempestad, no en el mismo barco

Cuando el coronavirus puso en crisis nuestras vidas, la democracia en México ya estaba en crisis y en transformación. 

La crisis del coronavirus es una experiencia que transforma la vida de las personas y de las comunidades. Aunque suene como una frase de guion de cine, el futuro es una incógnita. No hay forma de saber cuánto tiempo va a durar todo esto ni cuántas vidas se van a perder o qué tipo de país surgirá. 

Es importante recordar aquel estudio de investigación cualitativa, de hace 20 años, sobre nosotros los mexicanos, sobre nuestros sueños y nuestras aspiraciones, que publicó la revista Nexos, cuyas conclusiones siguen teniendo validez. 

En una gran proporción el mexicano cree en sí mismo más que en el país donde vive. Todo o casi todo lo espera de su propio esfuerzo, poco o nada de la nación que ha construido. 

A falta de un sueño común como sociedad, tiende a poner sus sentimientos de pertenencia en la familia. Le apuesta al propio esfuerzo y el refugio en la familia como mundo nuclear, que desconfía de sus élites dirigentes, en particular del gobierno, y mira hacia el país con un sentido crítico acusado que incluye el resentimiento de creerlo un país rico y no haber recibido suficiente de él. 

Es un ciudadano que no reconoce en el fondo otra ética que la del bienestar personal y familiar ni otro derecho que el de resolver su vida con los medios a su alcance, perjudiquen éstos o no a su comunidad y a su nación. 

Sus grandes anhelos son mejorar económicamente, ser propietario y dar bienestar a su familia. Encuentran consuelo y esperanza en su familia, idealizada como el refugio donde sí se encuentra apoyo y se pueden compartir valores, penas y miedos tanto como alegrías y éxitos. La familia brinda un asidero social elemental y el motivo para salir a luchar por algo y por alguien en un mundo donde cada quien jala por su cuenta. 

Percibe que México es un país rico, pero su población no; 70 por ciento percibe que no ha recibido nada o casi nada de esta enorme riqueza del país. 

La crisis del coronavirus es una dura prueba de liderazgo; como consecuencia, los ciudadanos tendrán de la sociedad un nuevo conjunto de expectativas que los partidos políticos deberán ser capaces de entender. 

La catástrofe sanitaria y económica es experimentada por todos de manera directa. No es algo sobre lo que sólo se lee en las noticias, algo de lo que uno podía distanciarse.  

Hay la sensación de estar en esto juntos, una nueva conciencia de las necesidades de cada uno, el respeto mutuo y la admiración por quienes ayudaron a que sobrelleváramos estos tiempos llegaron para quedarse. 

El desafío que viene es el enfrentar unidos el derrumbe económico y una recesión mayor que la de 1994, que demandará un nuevo discurso que refleje un cambio en el pensamiento. 

Un nuevo renacimiento que construya progreso, con un núcleo de valores humanistas, para superar estos tiempos oscuros, poblados de figuras inquisitoriales de extrema derecha y de extrema izquierda, que todavía buscan esparcir el miedo. El día de mañana la gente no se moverá por el enojo o la ansiedad, sino por la búsqueda de proyecto de nación incluyente de todas las clases sociales, porque no estamos en el mismo barco, sino en la misma tempestad. 

Los mexicanos estamos polarizados y divididos en las percepciones. El reto para los políticos y líderes del país es en la pospandemia, la articulación de un sueño común, conciliar aspiraciones individuales y colectivas, hacer explícito el puerto al que se quiere llegar después de la pandemia. 

jl/I