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Los límites del populismo

El surgimiento de movimientos, líderes y partidos populistas en el mundo no es casual: los partidos tradicionales y las élites políticas cada vez más alejadas de las demandas ciudadanas ha sido el mejor carburante para su surgimiento y diseminación. De hecho, algunos autores han denominado a esta asonada como una “patología normal” (Mudde) de las democracias occidentales. Entre los nuevos partidos populistas destacan el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), el Frente Nacional Francés (FN) o la Lista Holandesa Pim Fortuyn (LPF), Fidesz-Unión Cívica Húngara, Unión Nacional Ataque (Ataka) de Bulgaria, entre otros, principalmente europeos y generalmente de derecha. 

En América Latina surgieron movimientos de corte populista, tanto de izquierda como de derecha, encabezados por líderes como el de Álvaro Uribe Vélez (Colombia), Jair Bolsonaro (Brasil), Mauricio Macri (Argentina), Hugo Chávez (Venezuela), Cristina Fernández (Argentina) y Evo Morales (Bolivia), cada uno con características muy particulares, pero todos ellos populistas. El caso del otrora sandinista Daniel Ortega (Nicaragua) merece un análisis aparte, dada su tendencia a convertir su país en una “dictadura familiar”. 

La mayoría de los estudiosos coinciden en que el populismo representa una amenaza real tanto a las nuevas democracias como a las ya consolidadas. Los orígenes de estos movimientos son variados: el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (Idea) anota propulsores económicos y políticos, entre los que destacan la crisis de representación de los partidos tradicionales y dominantes; la fragmentación y polarización de la esfera pública y de la política, reforzada por las redes sociales; mayor movilización política, protestas y activismo de la sociedad civil, entre otros. 

Los peligros del populismo para la democracia pueden concentrar al menos tres amenazas: una, el populismo socava las instituciones democráticas formales (tribunales, parlamentos, organismos reguladores) por haber sido creadas por la “élite corrupta”; se rebelan contra ellas y las atacan sistemáticamente; dos, las personas y los opositores son redefinidas y clasificadas para ser estigmatizadas y categorizarlas como enemigos del pueblo (“O conmigo o contra mí”), para configurar un discurso polarizador; tres, desde el poder se erosionan las reglas democráticas informales; se ataca a los medios que los critican y se intenta debilitar su legitimidad. 

En ese escenario, ¿cómo se puede combatir el populismo?, ¿es posible limitarlo? De acuerdo con una publicación de la Universidad de Stanford (Populismos globales y sus desafíos) es posible enfrentarlo a partir de tres estrategias: primero, los principales partidos políticos de oposición deberían usar un discurso político para movilizar a simpatizantes para defender las instituciones democráticas en peligro; exigir al poder gubernamental se abstenga de inmiscuirse en los procesos electorales; y demandar el cumplimiento del estado de derecho y combatir la impunidad; dos, comprometerse en nuevas políticas de coalición para garantizar las demandas de los electores y excluir elementos antidemocráticos; y tres, reforzar las instituciones electorales para mejorar la rendición de cuentas y la transparencia de gastos de campañas electorales. 

Con los resultados de la reciente elección la coalición electoral opositora logró evitar la mayoría absoluta de Morena en la Cámara de Diputados, así se cumple al menos el punto dos. Ahora deberá persistir como coalición legislativa para limitar los embates del Ejecutivo y así encontrar los límites del populismo. 

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