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Los pobres, empresarios de alta productividad

En proporción a sus recursos, los pobres son empresarios de alta productividad, según afirma Gabriel Zaid, el último intelectual de la cultura católica. En opinión de Zaid, a los pobres se les ve como asalariados sin empleo, y lo que necesitan son recursos para producir más. Para ellos no hay una oferta de progreso como microcréditos, mejores tecnologías en pequeña escala, redes de información y de servicios para producir, vender y comprar mejor, trámites mínimos, y leyes según el tamaño de las empresas, para que el costo de cumplir no les resulte imposible.

Lo que hay para los pobres en la actualidad es una oferta de ilusiones, ya sea en las grandes ciudades o en el extranjero, o emplearse en las redes del crimen organizado. Y la realidad es que la inversión necesaria para emplearlos como asalariados en las ciudades es 10 veces mayor que la que se necesita para aumentar su producción en las poblaciones donde vivían.

Para Zaid se da la paradoja de que, en las grandes empresas, la productividad es alta en proporción al personal, no a las inversiones, porque producen con grandes dosis de capital y el mínimo posible de personal. Cada empleo presupone una inversión de cientos de miles de pesos, y esa misma cantidad, invertida en microempresas no genera un empleo, sino docenas y cientos de empleos. La oportunidad para los pobres está en llevar inversiones a las personas, y así se construiría una economía con rostro humano.

Se debe huir del gigantismo como modelo de progreso, donde se les ofrece el mismo modelo a todos, que es el suyo propio, y que ignora otras vías de plenitud humana. El otro problema del actual modelo económico es la generación de burocracia. Las burocracias se refuerzan mutuamente, tienden a crecer y a multiplicarse.

Los empresarios se quejan de ellas, pero también ayudan a que se multipliquen los burócratas, no los empresarios, y en definitiva, en este gigantismo del presente siglo, una empresa no multiplica esquemas de producción de empresarios sino esquemas de producción de burocracias.

En principio, en una economía con rostro humano, el mundo debería funcionar como un sistema interconectado. Los países ricos, con altos niveles de educación, salud, infraestructura y capital empresarial, que deberían, según los sociólogos de la vida empresarial, proporcionar financiación suficiente a los países pobres, que necesitan urgentemente construir su capital humano, infraestructural, natural y empresarial.

Así en los países ricos, el dinero debe fluir hacia los países pobres. A medida que los países de mercados emergentes se enriquecen, las ganancias y los intereses deben regresar a los países ricos como retorno de sus inversiones.

Para muchos es una propuesta de ganar-ganar, como les gusta presumir, así tanto los países pobres como los ricos se benefician. Los países pobres se empiezan a enriquecer; los países ricos obtienen mayores rendimientos que si invirtieran solo en sus economías cerradas.

Sin embargo, lo que tiene sentido práctico en la vida es que se apoyen otras formas de felicidad, que faciliten la productividad para todos. La economía grande y en pequeño deben convivir juntas.

Hacen falta empresarios que reproduzcan el espíritu creador e independiente en toda la sociedad. En los años 60 y 70 Guadalajara fue llamada la gran ciudad de la pequeña empresa, el tejido social era estable, funcionaba.

Hoy Jalisco ya no es un espacio que produce ideas y proyectos, sino una tierra para contratar mano de obra a buen precio. Se necesitan empresarios que generen empleos que permitan a sus trabajadores un progreso sensible, en su economía y en el desarrollo de sus capacidades. Empresarios que produzcan empresarios, no solo empleados.

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